Bueno, resumiendo, lo que venía a contaros es que nuestro cuerpo es como una gran máquina y es muy fácil de programarla. Es decir, si cada vez que tenemos estrés o ansiedad atacamos a la comida porque eso hace que nos relajemos en el momento, nuestro cuerpo, que no es tonto, cada vez que se estrese o se ponga ansioso transmitirá al cerebro la sensación de hambre para poder calmarse.
En realidad, no se trata de algo consciente, simplemente ocurre. Si por el contrario, cambiamos esa especie de programación, y cuando estamos estresadas o nerviosas le damos sólo aquello que entra dentro de nuestros puntos, eso hará que nos sintamos mucho mejor con nosotras mismas, y más tranquilas porque seguimos haciéndolo bien. Cuando vuelva el estrés, el cuerpo pedirá seguir la rutina que le marquéis.
Con el paso del tiempo esa ansiedad por la comida desaparece, pero hay que ser muy constantes y no caer nunca. La programación errónea está muy arraigada en nuestra máquina, así que al enemigo, ni agua. data-ad-format="auto" data-full-width-responsive="true">