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Mensaje por Net » Lun 15 Feb 2010 13:52

He pensado que podíamos recoger aquí las primeras páginas de los libros que leemos, y así cuando hablamos de uno de ellos el resto podemos hacernos una idea de cómo está escrito, o podemos ver qué tal antes de comprarlo, o simplemente para ver si el resto se engancha a leerlo... ¿os parece? data-ad-format="auto" data-full-width-responsive="true">

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Re: Primeras páginas

Mensaje por Net » Lun 15 Feb 2010 13:53

Título: Orgullo y prejuicio y zombies
Autor: Seth Grahame-Smith
Es una verdad universalmente reconocida que un zombi que tiene cerebro necesita más cerebros. Esa verdad nunca fue más evidente que durante los recientes ataques acaecidos en Ne-therfield Park, en los que dieciocho miembros de una familia y sus sirvientes fueron asesinados y devorados por una legión de muertos vivientes.
–Querido señor Bennet -le dijo su esposa un día-, ¿te has enterado de que Netherfield Park vuelve a estar ocupado?
El señor Bennet respondió negativamente y continuó con su labor matutina, consistente en afilar su daga y pulir su mosquete, pues en las últimas semanas los ataques de los innombrables se habían producido con alarmante frecuencia.
–Pues lo está -afirmó su esposa.
El señor Bennet no contestó.
–¿No quieres saber quién lo ha alquilado? – preguntó su esposa irritada.
–Estoy puliendo mi mosquete, mujer. Sigue hablando si quieres, ¡pero deja que me ocupe de la defensa de mi propiedad!
La señora Bennet lo interpretó como una invitación a proseguir.
–Verás, querido, la señora Long dice que Netherfield ha sido alquilado por un joven de gran fortuna, que huyó de Londres en una calesa de cuatro ruedas cuando la extraña plaga atravesó la línea Manchester.
–¿Cómo se llama?
–Bingley. Un soltero de cuatro o cinco mil libras anuales. ¡Qué gran partido para nuestras hijas!
–¿En qué sentido? ¿Es capaz de adiestradas en el manejo de la espada y el mosquete?
–¡No seas pesado! Debo decirte que he decidido que se case con una de ellas.
–¿Casarse? ¿Con los tiempos que corren? No creo que ese tal Bingley tenga esas intenciones.
–¡Intenciones! ¡No digas tonterías! Es muy probable que se enamore de una de nuestras hijas, por lo que conviene que vayas a visitarlo en cuanto llegue.
–No veo la necesidad. Además, no debemos circular por las carreteras más de lo imprescindible, no sea que perdamos más caballos y coches a manos de esa condenada plaga que asuela desde hace tiempo nuestro amado Hertfordshire.
–¡Pero piensa en tus hijas!
–¡Estoy pensando en ellas, boba! Preferiría que se dediquen a instruirse en las artes mortales en vez de tener la mente ofuscada con sueños de matrimonio y fortuna, como evidentemente lo está la tuya. Ve a ver a ese tal Bingley si quieres, aunque te advierto que ninguna de nuestras hijas tiene gran cosa que ofrecer; todas son estúpidas e ignorantes como su madre, a excepción de Lizzy, que posee un instinto asesino más agudo que sus hermanas.
-Señor Bennet, ¿cómo puedes criticar a tus propias hijas de esa forma? Te complace contrariarme. No tienes ninguna compasión por mis pobres nervios.
–Te equivocas, querida. Siento un gran respeto por tus nervios. Son viejos amigos míos. Hace por lo menos veinte años que apenas oigo hablar de otra cosa.
El señor Bennet era una mezcla tan singular de ingenio, sentido del humor sarcástico, reserva y autodisciplina, que la experiencia de veintitrés años no había bastado para que su esposa comprendiera su carácter. La mentalidad de la señora Bennet era menos complicada de descifrar. Era una mujer de pocas luces, escasa información y mal genio. Cuando estaba enojada, decía que estaba nerviosa. Y cuando estaba nerviosa -como lo estaba casi siempre desde su juventud, cuando la extraña plaga había aparecido por primera vez-, buscaba solaz en las tradiciones que a los demás les parecían absurdas.
La misión del señor Bennet en la vida era mantener a sus hijas vivas. La de la señora Bennet era casarlas.

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Re: Primeras páginas

Mensaje por Net » Lun 15 Feb 2010 13:54

Título: Garras y colmillos
Autor: Jo Walton
Bon Agornin se retorcía en su lecho de muerte, batía las alas como si quisiera volar a su nueva vida en su viejo cuerpo. Los médicos habían sacudido la cabeza y se habían ido, hasta sus hijas habían dejado de decirle que estaba a punto de ponerse bien. Posó la cabeza en el oro ya escaso que ocupaba su gran caverna subterránea, llena de corrientes; luchaba por mantener la serenidad y respirar. Le quedaba muy poco tiempo para influir en todo lo que debía venir después. Quizá fuera una hora, es posible que menos. Se alegraba de dejar atrás los dolores de la carne, pero ojalá no tuviera tanto de lo que arrepentirse.
Gruñó y cambió de postura sobre el oro, intentaba pensar de la forma más positiva posible acerca de los acontecimientos de su vida. La Iglesia enseñaba que no eran ni las alas ni las llamas lo que le proporcionaban a uno un renacimiento afortunado, sino la inocencia y la tranquilidad de espíritu. Luchó por conseguir esa calma afortunada. No era fácil lograrlo.
--¿Qué te ocurre, padre? --le preguntó su hijo Penn acercándose ahora que Bon se había quedado quieto al tiempo que extendía una garra delicada para acariciar su hombro.
Penn Agornin, o más bien el bienaventurado Penn Agornin, pues el joven Penn ya era pastor de la Iglesia, creía entender lo que inquietaba a su padre. Por su cargo había asistido a muchos moribundos y se alegraba de estar allí para ayudar a su padre a bien morir y ahorrarle la presencia de un extraño en estos momentos. El pastor del pueblo, el bienaventurado Frelt, no era en absoluto el mejor amigo de su padre. Llevaban años librando una callada disputa, una disputa que, en opinión de Penn, no era nada propia de un pastor.
--Cálmate, padre --dijo--. Has llevado una buena vida. De hecho, es difícil pensar en alguien que deba tener menos que temer en su lecho de muerte. --Penn admiraba mucho a su padre--. Empezaste con poco más que un nombre noble y has llegado a alcanzar los veintiún metros, con alas y llamas, una espléndida hacienda y el respeto de todo el distrito. Cinco de tus hijos sobreviven hasta este día. Yo estoy en la Iglesia y por tanto a salvo. --El joven levantó un ala, atada con el cordón rojo que, para los devotos, simbolizaba la dedicación del pastor a los dioses y los dragones, y para los demás significaba solo la inmunidad--.

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Re: Primeras páginas

Mensaje por Net » Lun 15 Feb 2010 13:56

Título: Déjame entrar
Autor: John Ajvide
Blackeberg.
Puede que pienses en trufas de coco, tal vez en drogas. «Una vida ordenada». Te imaginas una estación de metro, extrarradio. Después no hay mucho más que pensar. Sin duda vive gente allí, como en otros sitios. Para eso se construyó, para que la gente tuviera algún sitio donde vivir.
No se trata de un espacio que se haya desarrollado de forma natural, no. Aquí estuvo todo desde el principio planificado al milímetro. La gente tuvo que instalarse en lo que había. Edificios de hormigón en colores ocres esparcidos por el verde.
Cuando esta historia tiene lugar, Blackeberg lleva treinta años existiendo como población. Podría uno imaginarse un cierto espíritu pionero al estilo del Mayflower; un territorio desconocido. Sí. Imaginarse las casas deshabitadas esperando a sus inquilinos.
¡Y ahí vienen ellos!
Cruzando el puente de Traneberg con el sol en los ojos y sueños en la mirada. Corre el año 1952. Las madres llevan a sus hijos en brazos, en cochecitos de bebé o de la mano. Los padres no llevan consigo azadas ni palas, sino electrodomésticos y muebles funcionales. Puede que vayan cantando algo. La Internacional tal vez. O Vayamos a Jerusalén, según la forma de ser de cada uno.
Esto es grande. Es nuevo. Es moderno.
Pero no sucedió realmente así.
Llegaron en el metro. O en coches, camiones de mudanzas. Uno a uno. Entraron en los pisos recién construidos llevando consigo sus enseres. Organizaron sus cosas en cajones y repisas de medidas estandarizadas, colocaron sus muebles en fila sobre los suelos de linóleo y compraron otros nuevos para rellenar los huecos.

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Re: Primeras páginas

Mensaje por ydiaz30 » Lun 15 Feb 2010 13:58

Yo estoy con la Isla bajo el mar de Isabel Allende

En mis cuarenta años, yo, Zarité Sedella, he tenido mejor suerte que
otras esclavas. Voy a vivir largamente y mi vejez será contenta, porque
mi estrella —mi z’etoile— brilla también cuando la noche está nublada.
Conozco el gusto de estar con el hombre escogido por mi corazón cuando
sus manos grandes me despiertan la piel. He tenido cuatro hijos y un
nieto y los que están vivos, son libres. Mi primer recuerdo de felicidad, cuando
era una mocosa huesuda y desgreñada, es moverme al son de los tambores
y ésa es también mi más reciente felicidad, porque anoche estuve en la plaza
del Congo bailando y bailando, sin pensamientos en la cabeza, y hoy mi
cuerpo está caliente y cansado. La música es un viento que se lleva los años,
los recuerdos y el temor, ese animal agazapado que tengo adentro. Con los
tambores desaparece la Zarité de todos los días y vuelvo a ser la niña que
danzaba cuando apenas sabía caminar. Golpeo el suelo con las plantas de
los pies y la vida me sube por las piernas, me recorre el esqueleto, se apodera
de mí, me quita la desazón y me endulza la memoria. El mundo se estremece.
El ritmo nace en la isla bajo el mar, sacude la tierra, me atraviesa como
un relámpago y se va al cielo llevándose mis pesares para que Papa Bondye
los mastique, se los trague y me deje limpia y contenta. Los tambores vencen
al miedo. Los tambores son la herencia de mi madre, la fuerza de Guinea
que está en mi sangre. Nadie puede conmigo entonces, me vuelvo..................

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Re: Primeras páginas

Mensaje por Eilan » Lun 15 Feb 2010 20:16

Os dejo el principio de La princesa de hielo de Camilla Läckberg (pero no es toda la primera página):

La casa estaba desierta y vacía. El frío penetraba por todos los rincones. En la bañera se había formdo una fina membrana de hielo. Y ella había empezado a adquirir un ligero tono azulado.
Pensó que, así tumbada, como estaba, parecía una princesa. Una princesa de hielo
El suelo sobre el que se sentaba estaba helado, pero el frío no lo preocupaba. Extendió el brazo y la tocó.
La sangre de sus muñecas llevaba ya tiempo coagulada.
El amor que por ella sentía jamás había sido tan intenso. Le acaricio el brazo como si acariciase el alma que había abandonado aquel cuerpo
No se volvió a mirar cuando se marchó. Aquello no era un adiós. Era un hasta la vista.

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Re: Primeras páginas

Mensaje por ydiaz30 » Lun 15 Feb 2010 20:18

Este libro de Camila lo tengo todavía pendiente :nodigona:

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Re: Primeras páginas

Mensaje por Net » Sab 27 Feb 2010 00:44

Dexter, el oscuro pasajero
Jeff Lindsay
Luna. Una luna gloriosa. Llena, gorda y rojiza, que da a la noche la misma luz que si fuera de día, un reflejo que flota sobre la tierra trayendo alegría, alegría, alegría. También trae ese ruido sordo de las noches tropicales: la voz suave y salvaje del viento que te eriza el vello del brazo, el lamento hueco de las estrellas, ese bramido de la luna sobre el agua que te hace rechinar los dientes.

Todos responden a la Necesidad. Oh, ese alarido sinfónico de mil voces que se esconden, el grito de la propia Necesidad, la entidad, el observador silencioso, algo que está frío y quieto, que se ríe, el Bailarín de la Luna. Ese yo que no soy yo, eso que se burla y se ríe y llega con la intención de saciar el hambre. Con la Necesidad. Y en esos momentos la Necesidad era muy fuerte, se arrastraba sigilosa y fría y anillada, restallando pensativa, dispuesta, muy fuerte, muy dispuesta ya..., pero seguía esperando y observando, y obligándome a mí a esperar y a observar.

Llevaba ya cinco semanas observando al cura, esperándole. La Necesidad me pinchaba, juguetona, animándome a encontrar a otro, al siguiente, a este cura. Desde hacía tres semanas sabía que era él, que él era el próximo: ambos pertenecíamos al grupo de Oscuros Pasajeros, tanto él como yo. Y durante esas tres semanas había estado debatiéndome contra la presión, contra la creciente Necesidad que se erguía en mí como una gran marea que ruge e invade la playa sin retroceder, cobrando fuerza con cada latido del brillante reloj nocturno.

Pero, a la vez, había sido un período de tiempo necesario, un tiempo dedicado a alcanzar la certeza. No por lo que se refiere al cura, no, ya hacía mucho que no albergaba duda alguna sobre él. Tiempo para cerciorarme de que podía hacerse bien: un trabajo limpio, sin cabos sueltos, planificado al detalle. No podía dejar que me atraparan, no ahora. Había invertido demasiado empeño, demasiado tiempo, para hacer que esto funcionara, para proteger mi vida, insignificante y feliz.

Y me estaba divirtiendo demasiado para detenerme justo en este momento.

Así que extremaba el cuidado, siempre. Siempre ordenado. Siempre preparado de antemano para que todo saliera bien. Y cuando ya estaba listo, dedicaba un tiempo extra para mayor seguridad. Igual que Harry, Dios le bendiga, ese policía listo y perfecto, mi padre adoptivo. Certeza, cuidado y exactitud eran sus normas, y hacía ya una semana que todo estaba tan previsto que incluso Harry habría quedado satisfecho. Y esta noche, cuando salí de trabajar, supe que había llegado el momento. Esta noche era la Noche. Esta noche era distinta. Esta noche sucedería, tenía que suceder. Al igual que había sucedido antes. Al igual que volvería a suceder, una y otra vez.

Y la estrella invitada de la noche de hoy era el cura.

Se llamaba padre Donovan. Enseñaba música a los niños del orfanato de Saint Anthony en Homestead, Florida. Los niños le adoraban. Y él adoraba a los niños, claro que sí, los quería con locura. Les había dedicado toda su vida. Había aprendido el criollo y el español. Había estudiado su música. Todo por los niños. Todo lo que hacía era por los niños.

Todo.

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Re: Primeras páginas

Mensaje por Net » Sab 27 Feb 2010 00:47

El libro del día del juicio final
Connie Willis
LIBRO PRIMERO

Un campanero no necesita fuerza,
sino habilidad para llevar el tiempo...
Debes guardar estas dos cosas en tu mente
y retenerlas allí para siempre:
campanas y tiempo, campanas y tiempo.

RONALD BLYTHE
Akenfield



El señor Dunworthy abrió la puerta del laborato­rio y las gafas se le empañaron al instante.
preguntó, tras qui­társelas y mirar a Mary.
—Cierra la puerta —respondió ella—. No puedo oírte con esos horribles villancicos.
Dunworthy cerró la puerta, pero eso no apagó por completo el sonido del Adeste Fideles que se filtraba desde el patio.
—¿Llego demasiado tarde? —repitió.
Mary sacudió la cabeza.
—Sólo te has perdido el discurso de Gilchrist. —
Se echó atrás en el asiento para que Dunworthy pudiera ir a la estrecha zona de observación. Se había quitado el abrigo y el sombrero de lana y los había colocado sobre la otra única silla existente, junto con una gran bolsa de la compra repleta de paquetes. Su pelo gris estaba revuelto, como si hubiera intentado arreglarlo después de haberse quitado el sombrero—. Un discur­so muy largo sobre el primer viaje en el tiempo de Me­dieval y de cómo la facultad de Brasenose ocuparía el destacado lugar que se merece en la historia. ¿Sigue llo­viendo?
—Sí —contestó él, mientras frotaba las gafas con la bufanda. Se enganchó las patillas de alambre en las ore­jas y subió a la partición de fino-cristal para contem­plar la red. En el centro del laboratorio había una ca­rreta aplastada rodeada de cofres volcados y cajas de madera. Sobre ellos colgaban los escudos protectores de la red, envueltos como un paracaídas de seda.
Latimer, el tutor de Kivrin, con aspecto más ave­jentado y enfermizo que de costumbre, se encontraba junto a uno de los cofres. Montoya se hallaba junto a la consola, vestida con vaqueros y una chaqueta de terro­rista, mirando con impaciencia el digital de su muñeca. Badri estaba sentado delante de la consola, tecleando algo y mirando las pantallas con el ceño fruncido.
—¿Dónde está Kivrin? —preguntó Dunworthy.
—No la he visto —dijo Mary—. Ven y siéntate. El lanzamiento no está previsto hasta mediodía, y no creo que la tengan preparada para entonces. Sobre todo si Gilchrist pronuncia otro discurso.
Colgó el abrigo en el respaldo de su silla y colocó la bolsa de la compra llena de paquetes en el suelo, jun­to a sus pies.
—Espero que esto no dure todo el día. Tengo que recoger a mi sobrino nieto Colin en la estación de me­tro a las tres.
Rebuscó en la bolsa.
—Mi sobrina Deirdre va a pasar las vacaciones en Kent y me pidió que cuidara de él. Espero que no llue­va todo el tiempo que esté aquí—dijo, sin dejar de bus­car—. Tiene doce años, es un niño simpático y muy in­teligente, aunque tiene un vocabulario retorcido. Para él todo es necrótico o apocalíptico. Y Deirdre le deja tomar demasiados dulces.
Continuó rebuscando en la bolsa de la compra.
—Le compré esto para Navidad. —Sacó una caja alargada con franjas rojas y verdes—. Esperaba poder terminar mis compras antes de venir, pero llovía, y sólo soporto esa horrible música de carillón de High Street a intervalos cortos.
Abrió la caja y desplegó el papel de seda.

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Re: Primeras páginas

Mensaje por Aeryn26 » Sab 27 Feb 2010 13:41

Net, me ha encantado la página de "dexter", lo has leido?? me lo recomiendas??

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