Guau. Hacía mucho tiempo que no entraba aquí.
Doya, por algún motivo me ha impresionado lo que dices.
Yo le perdí el miedo a la muerte cuando "me morí"
Tenía 12 años y me bañaba en el mar. La resaca me arrastró junto con otro niño más pequeño que yo. Yo intenté sacarlo. No se lo que pasó, sólo recuerdo los momentos más duros de mi vida, en los que me hundía en las olas y tragaba agua, no podía respirar y ya no tenía aire. Luchaba para salir hasta que en un momento determinado tuve la seguridad de que me moría y que ya no había nada que hacer. Entonces me dejé y en ese momento de aceptación, te puedo asegurar que nunca tuve sensación de felicidad mayor que esa. Pasé por es famoso tunel negro y llegué a la luz (no soy creyente de ninguna religión)y entonces desde el aire vi como la zodiac se acercaba, como uno de los salvamentos se tiró, buceó y me sacó del agua. Ya no recuerdo más hasta después cuando desperte en el hospital.
Ya no temo a la muerte, eso sí lo de la axfisia lo llevo mal, no soporto que me tapen la boca o la nariz
Con tu permiso te pongo algo que escribí hace algunos años:
Muerte de Anastasia
¿Cómo explicar una vida o una muerte que no es la tuya?, ¿Cómo compartir sensaciones de las que se ignora todo?¿ sentimientos, a los que, grandes sabios niegan la existencia? ¿Puede acaso un ser tan diminuto albergar la grandeza de las pasiones? No lo sé; pero he buscado, inquirido cada rincón de mi ser hasta encontrar las dosis necesarias de prepotencia y arrogancia para sin el permiso de nadie, erigirme en voz de Anastasia, afirmando y constatando que su historia fue ésta.
Hubo una señal, no sabría decir cómo la sintió o cómo lo supo, pero decidió manifestar su presencia. Si bien era pronto para comprenderlo en toda su extensión, era lo que se dice una niña preciosa.
En cada caso, habría unas palabras más acertadas que otras para describir acertadamente el trance, en éste son: "como por arte de magia".
Alcanzó un mundo desconocido, en el que le aguardaban multitud de impresiones y experiencias que descubrir y absorber, en las que zambullirse buscando su significado. Unas le proporcionarían momentos intensos de placer y felicidad; de dolor y miedo, que marcarían su realidad hasta el fin. Otras, importantes o no, pasarían inadvertidas dejándole una huella más difícil de seguir.
Ella había venido con miles de informaciones y órdenes íntimamente grabadas. Ajena a todas, ignoraba su deber de consumar un ciclo. Aunque, quizás sí lo sabía.
Lapso que todos concluimos, al que nos aferramos temerosos, vencidos por nuestra ignorancia. Tiempo que nos enorgullecemos de medir en un intento de sumarle valor, sin ver lo baldío del esfuerzo, ¿acaso no nos dura ¡una vida! a todos?
Vió su mundo y le gustó, se sentía cómoda, tranquila. El mundo giraba en torno a ella; disponía de todo lo necesario para satisfacer sus necesidades: nutrientes, un entorno confortable, protector y multitud de impresiones que le hacían crecer sana y feliz.
Una mañana, no se encontraba bien, notaba molestias que fueron creciendo hasta convertirse en una gran presión que aplastaba todo su cuerpo hasta impedirle sus habituales movimientos. Incluso las voces de su alrededor sonaban alteradas, histéricas. Había comenzado una dura batalla, en la que estaba en juego su supervivencia. Tuvo miedo, de alguna forma presentía su final. Se aferraba a su mundo con ímpetu inusitado mientras una poderosa fuerza tiraba de ella en una desesperada lucha por arrancarla de su entorno. Mantuvo la batalla, hasta que finalmente abandonada de sus fuerzas, renunció al combate perdiendo su vida, muriendo en su mundo.
Hubo voces, gritos incontenibles en pechos henchidos de felicidad que estallaron cuando finalmente todo acabó.
La matrona en un silencio roto por las risas, posó a la niña sobre el pecho de su madre, mientras cortaba el cordón que aún las unía. Esta la abrazó, y dulcemente le susurró:
- Mi niña, bienvenida a la vida.
Un beso
