No pasa ná. Nos volvemos a casita, donde había dejado levando un roscón para mi ex. Llego a casa, miro en el recipiente y

Me he puesto a hacer la comida, un risotto con trigueros. No sé cómo narices he medido el líquido que, al quitarlo, estaba como un mazacote. Parecía el rancho ese que le ponen a los vaqueros en las pelis del Oeste.
Mientras el arroz se hacía, he puesto a secar un poco de jamón para hacer unas virutas, me he ido a sentar un rato al salón y, de pronto, dice mi chico: ¡huele a quemado!. Efectivamente, voy a la cocina y el jamón negro como el sobaco de un grillo.
Y, como es lógico, la masa no ha tenido arreglo y no ha levado. Aún así, he hecho la prueba de hornearla y me han quedado unas bonitas piedras con olor a roscón.
Vamos que, por la noche, les he dicho que hicieran la cena ellos, porque yo ya no me fiaba de mí misma.
