Cuando llegamos a pedir, había delante de nosotros una señora de más de ochenta años, ingeni?ndoselas para que no derramar las ca?itas bien servidas que acababa de pedir. Yo me ofrezco a llevérselas sanas y salvas hasta la mesa de la terracita, pero ella muy amablemente rechaza mi ayuda apunténdome que será Ernesto quien le lleve la consumici?n hasta la mesa.
Efectivamente, fue Ernesto quien realiz? la haza?a sobradamente, a pesar de que yo creo que sobrepasaba en edad a su esposa. Me quedo pensando, pues el primer sentimiento que me invade es de pena, sentimiento que rechazo tras observarlos desde mi mesa. Si, tendrén más de ochenta años, pero pueden permitirse el lujo de ir a la estaci?n y tomarse solitos un aperitivo, unas señoras cervecitas, no cualquier cosa, con sus patatitas y sus aceitunas, mientras miran sonriendo c**o los gorriones devoran las miguitas de pan, primorosamente colocadas, que ha tra?do la esposa de Ernesto envueltas con su bolsita y su gomita, dentro de su bolso.
Me han alegrado la mañana contagi?ndome de esa paz que da el paso de los años, he disfrutado y envidiado a esta gran pareja, que han recorrido tan largo camino juntos y con tanta elegancia. data-ad-format="auto" data-full-width-responsive="true">