Jos... gracias chicas... no esperaba esta expectaci?n... gracias...
pero la verdad es que me da corte, mis relatos son... mmm especiales... y no le van a gustar a todo el mundo... y me da algo de vergüenza...
Hacemos una cosa, pongo aquí uno de los suaves que más me gustan (todos basados en hechos o escenificaciones o fant asías más o menos reales, conozco a cada uno de sus personajes, de alguna forma lo he vivido y por eso son especiales para mí) y según c**o vaya la cosa abro o no el hilo...
Es que tengo algunos... bueno, bastante brutos XD y c**o no os conozco no sé tantear
De todas formas, aviso de que son relatos con cierta antiguedad que ahora mismo estoy de sequña y que los saco directamente de mi blog (vamos, que no son originales actuales). Por cierto, mi blog se llama El mundo de mis fant asías y lo escribe kimuko, así que si ponéis eso en google no os seráa muy difícil llegar. La verdad es que no me vendr?a mal algún comentario por allí para sentirme apoyada... Nunca tuve muchos comentarios, la gente tiende a leer en silencio, pero ahora mismo aquello parece tan desierto c**o yo...
Bueno, que dejo de dar la lata entonces y os pongo un adelanto
"LOS GUERREROS- kimuko
c**o si de Jessica Sanders se tratase, mi alter ego se apoderá esta noche de mis sueños y la estudiante refugiada en la seguridad del hogar y en los brazos de su novio, se convirti? de nuevo en do Val, la aventurera.
Las arrugas de la cama se convirtieron poco a poco en suaves montañas y praderas de los verdes más deliciosos que podéis imaginar. Recuerdo el olor a aire limpio y a yerba mojada que dejaron las pasadas lluvias. Recuerdo el sol sec?ndome los cabellos, calentúndome la piel y una sensaci?n tirante, c**o de salitre, allí en el medio de la montaña. Y recuerdo la aventura golpe?ndome las venas.
Allí, en medio de esas montañas, estaba el Obradoiro, una plaza de piedra llena de arcos que conduc?a a iglesias y salas donde se forjaba el destino de esa tierra. En ella se reun?an mandatarios, revolucionarios, j?venes y mayores, a discutir planes, a dar ideas, que permitiesen aquellos verdes campos vivir en paz. Civiles y guerreros se mezclaban ante nuestros ojos mientras enfund?bamos las espadas para entrar en la plaza. El barro cubr?a nuestras botas y en nuestra mirada salvaje aún brillaba el fulgor de la batalla. Las horas de lucha, el barro y el peso de nuestras armas hacían que nuestra respiración sonase cansada. Las j?venes ataviadas con hermosos vestidos miraban a los chicos mordi?ndose los labios e insinuando el deseo que las quemaba ante aquella visi?n. En cuanto a mi, la mayoría de ellas no podía entender que una mujer fuese guerrera.
Pasamos los grandes arcos y subimos a ver al consejo. En el camino encontramos la estancia donde guardaban las armas aquellos que deseaban entrar en la ciudad. Pero nosotros no aflojamos nuestros cintos. Nosotros ?ramos distintos, ?ramos los protectores de toda aquella paz y nadie nos podía exigir que nos separ?semos de aquello que los mantenía con vida. Nuestras armas continuaron con nosotros c**o extensiones de nuestro propio cuerpo. Encima de aquellos arcos se encontraba una hermosa balconada. En verdad he so?ado muchas veces con este lugar que mi imaginación pinta encima de la catedral de Santiago c**o si siempre hubiera estado all?. Las estrechas escaleras de piedra acabaron de pronto en la más intensa luz.
-¿Cómo os ha ido, valientes?
- Ya se han ido.
- De momento.
- Volverán.
Los tres sabíamos que no habíamos matado lo suficiente y que en cuanto estuvieran preparados volverían a cercarnos para intentar tomar la plaza. Nos acercamos a la balconada y observamos una de las más hermosas puestas de sol. A nuestras espaldas, los gobernadores se miraron entre ellos y asintieron antes de continuar.
- Sois el orgullo de nuestro pueblo. Cuando vuelvan, habrá más sangre. Pero ahora tomaos el descanso y regocijo que tanto os merec?is.
Acto seguido dirigieron hacia mí su mirada.
- Tal vez vas ech?is de vez en cuando de menos un buen baño y vuestros vestidos de damisela. Una doncella os está esperando abajo para que al menos esta noche podéis ser una mujer, joven dama. Caballeros, sus ropas están tambiénpreparadas, si gustedis acompañarnos para cenar?
Y comenzaron a descender por la estrecha escalera. Intentú contenerme hasta que desaparecieran. La ira por lo que yo sentía un insulto hacía mella en mí.
-?Joven dama!, ?podéis ser una mujer!, ¿pero Quién se creen!, ¿no serán ellos lo que me vean con vestido!
Y dicho esto saquí una cuerda de mi cinto y anud?ndola en una almenara, me dispuse a bajar por ella. Vosotros, mis dos fieles compa?eros, re?ais al ver mi enfado, pero en el fondo tampoco os gustaba la idea de vestiros c**o caballeros y codearos con la cómoda y alta sociedad mientras un montón de doncellas malcriadas intentaban seduciros con su pureza e inocencia. Por tanto, mientras mis pies se deslizaban con destreza por la fachada, os apresurasteis a seguirme.
En mi enfado me negaba a esperar a dos hombres que no podían evitar re?rse al ver mi reacci?n por ser tratada c**o una dama y me abr?a paso a grandes zancadas alej?ndome de aquel lugar, de aquel entresijo de civilizaci?n.
Vosotros, aún riendo, corristeis a mi alcance y me agarrasteis por un brazo.
-Eh, tranquila. No lo decían en serio. Son gobernadores, ya sabes?
Algunas doncellas os veían alejaros de la plaza tras de mí mientras un grito de envidia se revelaba contra sus maneras y su sangre se agolpaba neg?ndose a contenerse. Algunas incluso, sintieron ansias de libertad al ver que no podían seguirnos sin manchar sus hermosas ropas y sin ser censuradas por su comportamiento.
Yo segu? adentréndome en el bosque sin detenerme hasta llegar al r?o. Una vez all?, me acerqué a la orilla, beb? un poco de aquella agua helada y sin el más mínimo decoro ni elegancia, comenc? a deshacerme de las ropas embarradas. Colgu? de un ?rbol la escasa ropa que podría ser usada nuevamente, dejando la demás en la orilla, y me introduje en las aguas. Estaban heladas y con ellas se llevaban toda la sangre y el sudor de la batalla.
Os quitasteis tambiénvuestras ropas y entrasteis en el r?o. Aquella era sólo una de las muchas jornadas que habíamos pasado juntos. En las que viv?amos y matúbamos juntos. Nuestras vidas habían dependido de los otros tantas veces que ya nadie llevaba la cuenta. A veces, en la batalla, no sabíamos distinguir si en realidad ?ramos tres o ?ramos uno y c**o tal, no teníamos el menor reparo en hacer todo juntos. Para vosotros yo era una igual, un guerrero y no la dama que el pueblo me imponía ser y por ello no había compañía que más me agradase en el mundo.
Las ondas que bajaban de los rápidos cercanos jugaban a salpicarnos y nos hacía cosquillas. Empec? a salpicaros yo tambiény nos enfrascamos en una dura batalla de agua hasta que nos echamos a re?r.
Entonces salimos. La luna ba?? mi cuerpo c**o si fuera una estatua de mírmol. El viento nos hizo sentir un escalofrío. Y nos miramos.
?Fue el magnetismo de la luna?, ?fue la muerte sonri?ndonos desde el campo de batalla?, ?fue el cansancio, el frío?, ?o el ser los tres solitarios en nuestro propio mundo?
Nos fuimos acercando c**o en un hechizo. c**o si la magia bailase en nuestros ojos. En mis ojos azules, en vuestros ojos verdes, en vuestros ojos marrones? pronto mis manos recorr?an las firmeza de vuestra piel y las vuestras analizaban las curvas de la mía. Mi piel no era ya la de doncella, mis brazos y piernas habían sido ya curtidas por el calor y las armas, pero todo ello formaba parte de nosotros y aún quedaban en mi cuerpo zonas vargenes al acero que llamaban vuestra atenci?n.
Nos tumbamos bajo los ?rboles, los tres siendo uno, tomando a nuestra manera el descanso y regocijo que los gobernadores nos habían recomendado. Uni?ndonos, confundi?ndonos. c**o un nudo de tres lazos, con la calma de la noche y con el fragor de la batalla, con nuestro amor c**o escudo y nuestros cuerpos c**o armas, hasta que desnudos dormidos nos encontré el sol."
