Pagu? mis papas pero tambiénme sentú atra?do por el aspecto de las arvejas. Me encanta la crema de arvejas y las papas frescas! Admirando las arvejas, no pude evitar escuchar la conversaci?n entre el Sr. Miller y el niño.
Hola Barry, c**o estés hoy??
Hola Sr. Miller. Estoy bien , gracias. Solo admiraba las arvejas... se ven muy bien.?
Sí, son muy buenas. ¿Cómo está tu mam???
Bien. Cada vez más fuerte.?
Bien. ¿Hay algo en que te pueda ayudaré?
No Se?or. Sólo admiraba las arvejas.?
?Te gustaría llevar algunas a casa??
No Se?or. No tengo con que pagarlas.?
Bueno, qué tienes para cambiar por ell así
Lo único que tengo es esto, mi canica más valiosa.?
?De ver así ¿Me la dejas veré?
Ac? esté. ¿Es una joya!?
Ya lo veo. Mmmm... el único problema es que ésta es azul y a mí me gustan las rojas.
¿Tienes alguna c**o esta, pero roja, en casa??
¿No exactamente, pero casi.
?Hagamos una cosa. Ll?vate esta bolsa de arvejas a casa y la próxima vez que vengas mu?strame la canica roja que tienes.
?Desde ya! Gracias Sr. Miller.?
La Sra. Miller se me acerc? a atenderme y con una sonrisa me dijo:
¿Hay dos niños más c**o él en nuestra comunidad, todos en situaci?n muy pobre. A Jim le encanta hacer trueque con ellos por arvejas, manzanas, tomates, o lo que sea. Cuando vuelven con las canicas rojas, y siempre lo hacen, él decide que en realidad no le gusta tanto el rojo, y los manda a casa con otra bolsa de mercader?a y la promesa de traer una canica color naranja o verde tal vez.?
Me fui del negocio sonriendo e impresionado con este hombre. Un tiempo después me mud? a Colorado pero nunca me olvidé de este hombre, los niños y los trueques entre ellos. Varios años pasaron, cada uno más rápidamente que el anterior. Recientemente tuve la oportunidad de visitar unos amigos en esa comunidad en Idaho. Mientras estuve all?, me enteré que el Sr. Miller había muerto. Esa noche seráa su velorio y sabiendo que mis amigos querían ir, aceptú acompañarlos. Al llegar a la funeraria, nos pusimos en fila para conocer a los parientes del difunto y para ofrecer nuestro p?same.
Delante nuestro, en la fila, había tres hombres j?venes. Uno tenía puesto un uniforme militar y los otros dos unos lindos trajes oscuros con camisas blancas. Parec?an profesionales. Se acercaron a la Sra. Miller quien se encontraba al lado de su difunto esposo, tranquila y sonriendo. Cada uno de los hombres la abraz?, la bes?, convers? brevemente con ella y luego se acercaron al ata?d. Los ojos azules llenos de lágrimas de la Sra. Miller los sigui? uno por uno mientras cada uno tocaba con su mano c?lida la mano fría dentro del ata?d. Cada uno se retir? de la funeraria limpi?ndose los ojos.
Lleg? nuestro turno y al acercarme a la Sra. Miller le dije Quién era y le record? lo que me había contado años atrás sobre las canicas. Con los ojos brillando, me tomó de la mano y me condujo al ata?d.
¿Esos tres j?venes que se acaban de ir son los tres chicos de los cuales te hablé. Me acaban de decir cuanto agradecían los ?trueques? de Jim. Ahora que Jim no podía cambiar de parecer sobre el tamaño o color de las canicas, vinieron a pagar su deuda.
?Nunca hemos tenido riqueza? -me confi?- ¿pero ahora Jim se considerar?a el hombre más rico del mundo.?
Con una ternura amorosa levantú los dedos sin vida de su esposo. Debajo de ellos había tres canicas rojas exquisitamente brillantes.

No seremos recordados por nuestras palabras , sino por nuestras acciones. La vida no se mide por cada aliento que tomamos sino por las cosas que nos quitan el aliento.
Hoy te deseo un día de milagros comunes, tal c**o una cafetera de café fresco que otro te prepar?, una llamada inesperada de un viejo amigo, sem?foros verdes camino al trabajo.
Te deseo un día de cosas pequeñas de las cuales estar agradecido: la fila más rápida en el supermercado, una canci?n favorita en la radio, encontrar tus llaves justo donde buscas.
