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SIRENA64
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Mensaje por SIRENA64 » 25 Dic 2006 14:34

[color=red]?POR QUÉ EL OSO NO TIENE RABO?

Hab?a una vez un oso que se encontré con un zorro, que caminaba lentamente, llevéndose un pescado que había robado.
-?De dónde sacaste ese pescado? -preguntó el oso.
-Fui a pescar en el lago, señor oso -contestú el zorro.
Entonces el oso, al ver que el pescado parec?a fresco y sabroso, decidi? aprender a pescar y le preguntó al zorro cómo debía hacerlo.
-Es muy fácil -dijo el zorro-, aprender? muy rápido. Lo único que tiene que hacer es ir a un lago congelado, hacer un agujero en el hielo, meter el rabo en el agujero y mantenerlo allí un buen rato. No debe preocuparse si le arde un poco, eso suele ocurrir cuando los peces pican la presa. Además, mientras más tiempo está su rabo en el agujero, serán más los peces que pescar?. Después, ?a la una? a las dos? y?, saca su rabo rápido!
El oso, ni corto ni perezoso, hizo tal cual le dijo el zorro. Meti? el rabo en el agujero y allí lo mantuvo un buen tiempo. Después, ?a la una? a las dos... y?, se levantú de golpe y el rabo se le cay? c**o un pedazo de hielo.
Desde ese día, que es hoy día, el oso no tiene rabo.[/color]


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Mensaje por SIRENA64 » 25 Dic 2006 16:08

Una historia que nos invita a pensar serenamente
antes que actuar impulsivamente

Una vez un miembro de la tribu se presento furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a
tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido
gravemente.
¿Quer?a ir inmediatamente y matarlo sin piedad!

El jefe lo escuch? atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes
de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del ?rbol sagrado del pueblo.

El hombre carg? su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran ?rbol.

Tard? una hora en terminar la pipa.


Luego sacudi? las cenizas y decidi? volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que si le daréa una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa.

Nuevamente el anciano lo escuch? y aprobé su decisi?n, pero le orden? que ya que había cambiado
de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar.
También esta vez el hombre cumpli? su encargo y gastú media hora meditando.

Después regres? a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar f?sicamente a su enemigo, pero que ir?a a echarle en cara su mala acci?n y le haréa pasar vergüenza delante de todos.

c**o siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano volvi? a ordenarle que repitiera su meditaci?n c**o lo había hecho las veces anteriores.

El hombre medio molesto pero ya mucho más sereno se dirigi? al ?rbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su bronca.

Cuando termin?, volvi? al jefe y le dijo:


"Pens?ndolo mejor veo que la cosa no es para
tanto. Ir? donde me espera mi agresor para darle un abrazo.
Así recuperar? un amigo que seguramente se
arrepentir? de lo que ha hecho".

El jefe le regal? dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del ?rbol,
diciéndole:
"Eso es precisamente lo que tenía que pedirte,
pero no podía dec?rtelo yo; era necesario darte
tiempo para que lo descubrieras tu mismo".

desconozco su autor



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Reflexiones

Mensaje por SIRENA64 » 25 Dic 2006 16:29

Reflexiones



Eternas Hadas
El mundo no era sino niebla cuando las Hadas llegaron.
Permanecieron calladas y ocultas hasta que el Hombre aprendi? a mirar con los ojos del alma y pudo ver más allí de su razón.
Entonces las Hadas se hicieron visibles. Ense?aron al Hombre a creer en sus sueños y a esperar lo imposible.
Le hablaron de flores que guardan secretos, del agua que sabe canciones, del ?rbol amigo, del viento, del cielo y la tierra y del misterio escondido en cada cosa que existe.
Le contaron que viven en la luz y en el aire, que se ocultan de todo el que duda y a aquellos que creen, les muestran su Reino y les nombran Guardianes de la Fant asía.
Y tambiénprometieron quedarse mientras viva en la Tierra algún ser humano que sepa que existen y recuerde el camino que lleva a su encuentro.


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Mensaje por Tori21 » 25 Dic 2006 16:33

ME IBA IR A ESCRIBIR PERO ES IMPOSIBLE NO LEER LO QUE PONES,
ES M?GICO Y LO PEOR ES QUE NO SE LO QUE ME GUSTA MAS LOS CUENTOS
O LOS PRECIOSOS R?TULOS.
EL DEL OSO, ES MUY GRACIOSO, PERO EL DE LA PIPA, ES GENIAL Y ADEMAS
MUY VERDADERO, SI ANTES DE HACER COSAS MALAS A NUESTROS SEMEJANTES LO PENS?RAMOS, CREO QUE NOS IR?A TODO MEJOR,

AHORA SI ME VOY A ESCRIBIR
Última edición por Tori21 el 06 Jun 2007 00:27, editado 1 vez en total.

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Mensaje por SIRENA64 » 26 Dic 2006 14:33

ESTRELLITAS Y DUENDES

"En el país de los cuentos había una vez un pequeño duende. Un duende muy travieso que siempre andaba
riendo y saltando de un lado para otro... Viv?a en una casita toda rodeada de montañas. A su lado, un
pequeño r?o que discurr?a placidamente por la falda de la ladera describiendo un paisaje difícil de
imaginar.......... Lo que mas gustaba al duendecillo era ver c**o cada mañana, con los primeros rayos de sol,
todas las flores de su jard?n iban abriendo una por una sus hojas..... Uno de aquellos días, c**o muchos
otros, salió a pasear a la montaña. Y caminando entre las rocas encontré una flor: era una flor preciosa, nunca
había visto otra de igual belleza. Le había cautivado tanto que paso toda la tarde mir?ndola. Era maravilloso
verla cuando se contorneaba cada vez que el viento acariciaba sus hojas............. Al siguiente día y al
siguiente, y al otro, volvi? para estar a su lado y mirarla. Un día c**o tantos otros, nuestro duendecillo vio
c**o de una de sus hojas caña una pequeña lagrima. No entendía c**o la flor más maravillosa del mundo
podía estar triste. Se acerc? a ella y le pregunto: -"¿Por que llor así". -Y contesto la flor: "me siento triste aquí
entre las rocas, sin nadie que me mire salvo tu. Me gustaría vivir en un jard?n c**o el tuyo y ser una mas de
entre las flores. Además, te conceder? el deseo que mas quieras si me llevas all?". Fue entonces, cuando el
pequeño duende la tomo entre sus manos y con todo el cariño del mundo la planto en el lugar mas bonito de su
jard?n........... Una vez cumplido el deseo, la flor le dijo al duendecillo: - "Y bien, ahora que me has llenado de
felicidad al traerme aquí, ?que es lo que mas deseas en este mundo?". Y el duendecillo entonces, la miro
fijamente y contesto : - "Quiero ser flor c**o tu para sentirme por siempre a tu lado". Y color?n
colorado, en el país de los cuentos, el final ha llegado.

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Mensaje por SIRENA64 » 26 Dic 2006 14:49


Dos imágenes en un estanque


?Sólo para volver a ver mi rostro en un estanque muerto, lleno de hojas muertas, en un jard?n estéril, me detuve después de tanto tiempo en la pequeña capital? Cuando me aproximaba a ella no pensaba tener otro motivo que éste.
Regresando del mar y de las grandes ciudades de la costa, sentía el deseo de las cosas ocultas, de las calles estrechas, de los muros silenciosos y un poco ennegrecidos por las lluvias. Estaba seguro de hallar todo eso en la pequeña capital, en la ciudad donde había estudiado durante cinco años, con maestros de cl?sicas barbas blancas, las ciencias más germúnicas y más fantásticas.

Recordaba a menudo la querida ciudad, tan sola en medio de la llanura, c**o una exiliada (he pensado siempre que existen tambiénciudades desterradas de su propia patria), sin r?o, sin torres ni campanarios, casi sin ?rboles, pero totalmente quieta y resignada en torno al gran palacio rococ?, en el que charla y duerme la corte. En las calles, a cada cien pasos, hay un pozo y junto al pozo una fuente y sobre cada fuente un guerrero de terracota, pintado de azul y rojo p?lido.

Recordaba tambiénla casa en que viv? durante los años de mi aprendizaje cientúfico. Mis ventanas no se abr?an sobre la plaza sino sobre un gran jard?n, cerrado entre las casas, donde había, en un rincón, un estanque circuido por rocas artificiales. A nadie le importaba el jard?n: el viejo señor había muerto y la hija, aburrida y devota, consideraba a los ?rboles c**o herejes y a las flores c**o vanidosas. También el estanque había muerto por su culpa. Ning?n chorro brotaba ya de su seno. El agua parec?a tan cansada e inm?vil c**o si fuese la misma desde hacía una cantidad enorme de años. Por lo demás, las hojas de los ?rboles la cubr?an casi enteramente e incluso las hojas parec?an haber ca?do allí en oto?os míticamente lejanos.

Este jard?n fue el sitio de mis alegrías mientras viv? en la pequeña capital. Ten?a la libertad de poder visitarlo cada hora y cuando los maestros no me llamaban me sentaba con algún libro junto al estanque, y cuando estaba cansado de leer o la luz menguaba, intentaba mirar mis ojos reflejados en el agua o contaba las viejas hojas y seguía con estética ansiedad sus lentos viajes bajo el h?lito desigual del viento. Alguna vez las hojas se apartaban o se reun?an todas en el fondo y entonces veía en el agua mi rostro y lo contemplaba tan largamente que me parec?a no existir más por mí mismo, con mi cuerpo, sino ser solamente una imagen fijada en el estanque por la eternidad.

Fue por eso que corr? inmediatamente al jard?n, apenas llegu? a la pequeña capital. Hab?an pasado muchos años, pero la ciudad se mantenía igual. Por las mismas calles estrechas pasaban las mismas mujeres enanas y amarillentas, de cofias ajadas, y los guerreros de terracota, in?tiles y rid?culos, se apoyaban en el pu?o de las espadas sobre las habituales fuentes.

Y tambiénel jard?n estaba tal c**o yo lo había dejado, tambiénel estanque estaba c**o yo lo vi por última vez, antes de regresar a mi patria. Alguna mata de más en los canteros, algunas hojas más en el estanque y todo el resto c**o antaño. Quise entonces volver a ver mi cara en el agua y me di cuenta de que era diferente, muy diferente de aquella que tan l?cidamente recordaba. El encanto de ese estanque, de ese sitio volvi? a apoderarse de mí. Me sentú sobre una de las rocas artificiales y con la mano mov? las hojas muertas para formar un espejo más grande a mi rostro palidecido y transfigurado. Permanec? algunos minutos mirando mi imagen y pensando en las leyes del tiempo cuando vi dibujarse en el agua otra imagen junto a la mía. Me volví bruscamente: un hombre se había sentado a mi lado y se reflejaba junto a mí en el estanque. Lo mir? sorprendido -volví a mirarlo y me pareció que se me asemejaba un poco. Dirig? de nuevo los ojos al estanque y contempl? otra vez su imagen reflejada sobre el fondo sombr?o. Al instante comprend? la verdad: ?su imagen se parec?a perfectamente a la que yo reflejaba siete años antes!

En otro tiempo, quizás, aquello me hubiera espantado y seguramente habría gritado c**o quien se halla preso en el c?rculo de alguna invencible obsesi?n. Pero yo sabía ahora que solamente lo imposible se vuelve real algunas veces y por lo tanto no sentú el menor asomo de terror. Tend? la mano al hombre, que me la estrech?, y le dije:

-S? que tú eres yo mismo, un yo que pasó hace mucho, un yo que creía muerto pero que vuelvo a ver aquí, tal c**o lo dejé, sin cambio visible.

Y no s?, oh mi yo pasado, qué deseas de mi yo presente, pero sea lo que fuere no sabr? neg?rtelo.

El hombre me mir? con cierto estupor, c**o si me viera por primera vez, y respondi? después de unos instantes de vacilaci?n:

"Quisiera estar un poco contigo. Cuando tú creíste partir definitivamente yo permanec? aquí, en esta ciudad donde no pasa el tiempo, sin moverme, sin hacer nada, esperándote. Sab?a que regresarías. Hab?as dejado la parte más sutil de tu alma en el agua de este estanque y de esta alma yo he vivido hasta hoy. Pero ahora quisiera unirme nuevamente a ti, permanecer estrechado a ti, viviendo contigo, escuchando de ti el relato de tus vidas de todos estos años. Yo soy c**o tú eras entonces y no conozco de ti más que lo que tú conocías entonces. Comprende mi ansiedad de saber y de escuchar. Hazme de nuevo tu compa?ero hasta que partas una vez más de esta ciudad exiliada del mundo y del tiempo."

Asentú con la cabeza y salimos del jard?n tomados de la mano, c**o dos hermanos.

Comenz? entonces para mí uno de los periodos más singulares de mi vida, esta vida mía tan diferente ya de la de otros hombres. Viv? conmigo mismo -con mi yo transcurrido- algunos días de imprevista alegría. Mis dos yo caminaban por las calles mal empedradas, en medio del silencio que reinaba desde hacía tanto tiempo en la pequeña capital -?un silencio que databa del siglo decimoctavo!-, y conversaban incesantemente tratando de recordar las cosas que vieron, los hombres que conocieron, los sentimientos que los agitaron, los sueños que dejaron un amargo sabor en sus esp?ritus. Las dos almas -la antigua y la nueva- buscaron juntas la universidad, silenciosa y sepulcral c**o un monasterio monta??s -recorrieron el jard?n a la francesa, detr?s del palacio rococ?, donde las estatuas, mutiladas y ennegrecidas, no concedían más de una mirada a las alamedas infinitas- y se aventuraron hasta el Liliensee, una chacra mal excavada que por decreto de los viejos pr?ncipes había llegado a obtener el nombre de lago. ¿No puedo recordar aquellos días de paseos y de confidencias sin que desfallezca por un instante mi corazón! Pero luego de las primeras horas de efusi?n, después de los primeros días de evocaciones, comenc? a sentir un tedio inenarrable al escuchar a mi compa?ero. Ciertas ingenuidades, ciertas brutalidades, ciertos modos grotescos que continuamente exhib?a me desagradaban. Me percatú, además, al hablar extensamente conél, de que estaba lleno de ideas rid?culas, de teorías ya muertas, de entusiasmos provincianos hacia cosas y seres que yo ni siquiera recordaba. Confiaba en ciertas palabras, se conmov?a con ciertos versos, se exaltaba ante ciertos espectúculos que a mi, en cambio, me inspiraban muecas o sonrisas. Su cabeza estaba llena todavía de ese romanticismo gen?rico, desproporcionado, hecho de cabelleras desmelenadas, de montañas malditas, de bosques tenebrosos, de tempestades y de batallas con redoblar de truenos y tambores, y su corazón se deshacía en aquel pathos germúnico (flores azules, luna entre nubes, tumbas de castas novias, cabalgatas nocturnas, etc?tera) del cual viv?an los esmirriados petimetres melanc?licos y las señoritas rubias un poco obesas.

Su ingenuo orgullo, su inexperiencia del mundo, su ignorancia profunda de los secretos de la vida, que al principio me divertían, terminaron por cansarme, por suscitar en mí una especie de compasi?n despreciativa que poco a poco llegó a la repugnancia.

Durante algunos días aún supe resistir mi deseo de insultarlo o de huir, pero una mañana, luego de que hubo declamado con gran ?nfasis un lied estépidamente conmovedor, sentú que mi desprecio iba transform?ndose en odio.

"Y sin embargo, pensá, yo mismo he sido en otra época este hombre del que me burlo, este joven rid?culo e ignorante. él es todavía, de alguna manera, yo mismo. Durante estos largos años yo he vivido, he visto, he adivinado, he pensado y él ha permanecido aquí, en la soledad, intacto, perfectamente igual a ese que era yo el día en que dejé estos lugares. Ahora mi yo presente desprecia a mi yo pasado -y sin embargo en ese tiempo yo creía, más que hoy todavía, ser el hombre superior, el ser alto y noble, el sabio universal, el genio expectante. Y recuerdo que entonces despreciaba a mi yo pasado, mi pequeño yo de niño ignorante y sin refinamiento todavía. Ahora desprecio a aquel que despreciaba. Y todos estos menospreciadores y menospreciados han tenido el mismo nombre, han habitado el mismo cuerpo, se presentaron ante los hombres c**o un solo ser vivo. Después de mi yo presente, se formar? otro que juzgar? a mi alma de hoy tal c**o yo juzgo hoy a la de ayer. ¿Quién tendré piedad de mí si yo no la tengo para mí mismo?"

Mientras yo pensaba esto, el yo antiguo me hablaba y declamaba. Yo no tenía nada ya para decirle y callaba; él no tenía nada más para decirme, pero, en vez de callar, fabricaba frases y recitaba poesías horriblemente extensas. ¿Qué había ahora de com?n entre nosotros? Habiendo agotado los recuerdos del pasado lejano, yo no podía hablar con él del pasado próximo, de todo mi mundo reciente de bellezas conocidas, de corazones amados y destrozados, de paradojas improvisadas en torno de la mesa de tú, y mucho menos del sueño doloroso que ocupa ahora ?ntegramente mi alma. Era in?til decirle todo eso; él no me comprendía. El sonido de ciertas palabras que me suger?a toda una escena, las asociaciones de ideas de un perfume, de un nombre, de un rumor nada le decían a su alma. Me rogaba que le hablara, y si consentía, me escuchaba con curiosidad pero sin sentir, sin comprender, sin revivir conmigo lo que yo le narraba. Sus ojos se perdían en el vacío y apenas yo enmudecía recomenzaba sus declamaciones y sus melosidades sentimentales.

Lleg?, pues, un día en que el odio contra ese pasado yo mío no supo ya contenerse. Le dije entonces con mucha firmeza que no podía más vivir con él y que debía separarme de su compañía para acabar con mi disgusto. Mis palabras lo sorprendieron y lo entristecieron profundamente. Sus ojos me miraron suplicando. Su mano me estrech? con más fuerza.

"¿Por qué quieres dejarme -dijo con su odiosa voz de teatral apasionamiento-; por qué quieres dejarme una vez más tan solo? ?Te he estado esperando durante tanto tiempo en silencio, durante tantos años he contado las horas que me acercaban a estos momentos! Y ahora que estés conmigo, ahora que te amo, que hablamos del amor y de la belleza del mundo, de los pesares de sus criaturas, ?quieres dejarme solo en esta ciudad tan triste, tan lentamente triste?"

No respond? a sus palabras sino con un gesto de rabia. Pero cuando me adelantú para irme sentú su brazo aferrarme con violencia y escuch? de nuevo su voz que me decía sollozando:

"No, tú no partir?s. ¿No te dejar? partir! Soy tan feliz ahora de poder hablar a alguien que puede comprenderme, a alguien que todavía tiene un corazón, ardiente, que viene de las ciudades de los vivos, que puede escuchar todos mis gemidos y acoger mis confesiones. ¿No, tú no partir?s, no podrás partir! ¿No permitir? que te vayas!"

Tampoco esta vez respond? y todo el día permanec? con él sin hablar. él me miraba en silencio y me seguía siempre.

Al día siguiente me prepar? para irme pero él se plantú ante la puerta y no me dejé salir hasta que no le hube prometido que me quedaría con él durante todo el día.

Así pasaron todavía cuatro días. Yo intentaba eludirlo, pero él me perseguía constantemente, aburri?ndome con sus lamentaciones e impidióndome, aun por la fuerza, abandonar la ciudad. Mi odio, mi desesperaci?n crec?an de hora en hora. Finalmente, al quinto día, viendo que no podía liberarme de su celosa vigilancia, pensá que sólo me quedaba un medio y sal? resueltamente de casa seguido de su lamentable sombra.

También aquel día anduvimos por el estéril jard?n donde tantas horas había pasado yo con su alma, y nos aproximamos, tambiénaquel día, al estanque muerto cubierto de hojas muertas. También aquel día nos sentamos sobre las falsas rocas y separamos con la mano las hojas para contemplar nuestras imágenes. Cuando nuestros dos rostros aparecieron juntos sobre el espejo sombr?o del agua, me volví rápidamente, aferr? a mi yo pasado por los hombros y lo arroj? de cara al agua, en el sitio donde aparec?a su imagen. Empuj? su cabeza bajo la superficie y la sostuve quieta con toda la energ?a de mi odio exasperado. él intentú resistirse; sus piernas se agitaron violentamente pero su cabeza permaneci? bajo el remolino tr?mulo del estanque. Después de algunos instantes sentú que su cuerpo se aflojaba y debilitaba. Entonces lo soltú y cay? aún más abajo, hacia el fondo del agua. Mi odioso yo pasado, mi rid?culo y estépido yo de otros años había muerto para siempre. Abandon? con calma el jard?n y la ciudad. Nadie me molestú jamás por este hecho. Y vivo ahora todavía en el mundo, en las grandes ciudades de la costa, y me parece que me falta algo cuyo preciso recuerdo no poseo. Cuando me asalta la alegría con sus tontas risas pienso que soy el único hombre que ha matado a su yo y que vive todavía. Pero esto no es suficiente para que permanezca serio



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Tori21
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Mensaje por Tori21 » 26 Dic 2006 14:59

al igual que el duendecillo le dijo a la flor yo quiero ser c**o tu,
y las hadas existen
c**o siempre tus cuentos me han encantado.
Última edición por Tori21 el 06 Jun 2007 00:29, editado 2 veces en total.

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Mensaje por Tori21 » 26 Dic 2006 15:00

al igual que el duendecillo le dijo a la flor yo quiero ser c**o tu,
y las hadas existen
c**o siempre tus cuentos me han encantado.
Última edición por Tori21 el 06 Jun 2007 00:30, editado 1 vez en total.

SIRENA64
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Mensaje por SIRENA64 » 26 Dic 2006 15:52

Tori21 escribió:al igual que el duendecillo le dijo a la flor yo quiero ser c**o tu,
y las hadas existen ya lo creo,y los ?ngeles también,un beso sirenita64
c**o siempre tus cuentos me han encantado.




:beso: :beso: :beso: :beso: :beso:
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Mensaje por SIRENA64 » 26 Dic 2006 16:24

La Peque?a Mujercita





Hab?a una vez una mujer que era tan pequeñita pero tan pequeñita, que cuando caminaba por la calle la gente la tropezaba porque no la podían ver.

El ir al supermercado o a hacer cualquier diligencia fuera de su casa se había convertido en un verdadero martirio para ella.

Cuando lograba llegar al supermercado,necesitaba de mucha energia y coordinación para manejar el carrito donde lanzaba cada producto que necesitaba comprar. Mientras caminaba, la gente miraba con sorpresa c**o un carrito se desplazaba solo a través de los pasillos, y con frecuencia comentaban:

- Oh ya inventaron un carrito automático, que maravilla!!

Otros se asustaban pensando que el carrito era empujado por un ser invisible

Pero cuando se acercaban a curiosear,descubr?an apenados a la diminuta mujer haciendo uso de toda su fuerza para lograr llegar a la siguiente estanteria..

Las personas, por respeto y consideraci?n, desviaban la mirada hacia otra parte antes de que la pequeña mujer se diera cuenta de que la estaban observando.

La parte mas complicada era la de colocar los productos en la caja registradora y el proceso de pagarlos.

Ya estaba acostumbrada a ver desde allí abajo con cara de inc?gnita y preocupaci?n, a la cajera moviendo su cabeza de derecha a izquierda en b?squeda del cliente responsable de esos alimentos,mientras daba saltos desesperados tratando de que la amable señorita lograra ver su mano en uno de esos difíciles ascensos.

Una tarde llegó a su casa agotada de tanto esquivar a los demás peatones para que no la atropellaran, y se subi? en una silla a meditar. Ten?a que existir alguna soluci?n para su problema, o algún día iba a recibir un gran tortazo en plena calle.

Después de pasar una hora pensando, decidi? que la soluci?n seráa comprarse un enorme sombrero de algún color llamativo, y así seráa muy fácil que la vieran desde lejos.

Saltú de la silla y salió a la calle rápidamente para dirigirse a la tienda de sombreros más cercana. Una vez adentro se detuvo a recuperar el aliento, pues había visto un perro a lo lejos y corri? para alejarse de el.

Luego camin? hacia los estantes de sombreros para dama y de inmediato vi? el sombrero perfecto. La vendedora de la tienda, quien se encontraba sola en ese momento, la pudo ver con facilidad, parada en el centro de la tienda.

- Buenas tardes, se? señorita, la puedo ayudar en algo?preguntó la vendedora.

-Si, buenas tardes. Por favor, quiero medirme aquel sombrero verde.

Sin decir palabra, la asombrada vendedora se acerc? al estante donde se encontraba el sombrero y se lo dió a la menuda mujer.

- Aquí tiene.

- Muchas gracias, contestú la mujercita con altiv?z, tratando de disimular su bochorno.

Pero cuando puso el sombrero en su cabeza, desapareció por completo. El sombrero la cubri? en su totalidad. La vendedora enrojeci? y dió la espalda a la mujercita.

- Asistenta?

- Si señorita? contestú la vendedora sin voltear.

- Podr?a por favor ayudarme a quitarme este sombrero?

- Cómo no señorita. No faltaba más.

La vendedora se acerc? lentamente y retir? el sombrero. Sinti? pena al ver que la mujercita se encontraba algo despeinada.

La mujercita sinti? tanta verguenza que se despidió de inmediato y se dirigi? hacia la salida.

Entonces, comenz? a caminar casi rozando las vidrieras de las tiendas para asegurarse de que no la tropezaran, y de pronto, encontré la siguiente posible soluci?n.

- Si, esos zapatos solucionarán mi situaci?n.

Entr? a la zapateria y los vendedores estaban vestidos c**o punks. Todos la observaron paralizados, y uno de los chicos se le acerc?.

- En qué puedo ayudarte, pequeña?

- Quiero probarme esos zapatos por favor.

La mujercita escuch? varias risitas ahogadas desde la parte de atrás de la tienda, pero decidi? no dejarse intimidar.

- Qué número dulzura? le preguntó el j?ven.

- Obviamente la más pequeña que tenga. Respondi? la mujercita con cinismo.

- Muy bien. Contestú el chico.

Cuando el vendedor regres? con los zapatos, la mujercita le pidió que se los pusiera y que se los amarrara c**o pudiera a los tobillos, pues los zapatos eran unas grandes plataformas rodeadas de largas trenzas.

Una vez finalizada la ardua tarea, la pequeña mujer se agarr? de la mano del vendedor, quien ya le empezaba a caer bien, y ambos caminaron unos centímetros hacia el espejo más cercano.

Cuando se observ? le pareció que ofrec?a un espectúculo espantoso, pues imaginense una persona tan pequeñita montada sobre sendas plataformas. Pero no le importú, ya seráa más fácil que la vieran caminar por las aceras.

Pero cuando decidi? caminar por si sola, perdi? el equilibrio de inmediato y fuí a caer sobre un grupo de cajas de zapatos que una chica estaba organizando en ese momento.

Salió de la tienda tan pronto el chico le quitú los zapatos, y decidi? volver a su casa. Su problema aparentemente no tenía soluci?n.

En eso, divis? a lo lejos una venta de pelucas y se le encendi? el bombillo nuevamente.

- Claro, esa es la soluci?n, una gran peluca!!!! exclam?.

Entonces camin? hacia la tienda y entré sin pensarlo mucho. Se compraréa una peluca roja.

No podía creer la variedad de pelucas que veía. Y en uno de los estantes pudo ver la que buscaba. Era una peluca larga, pero en la parte de arriba era corta y estaba peinada con un estilo parecido al de las chicas de la zapateria, muy levantado adelante. Esa era la respuesta que buscaba.

- Por favor señor, quiero probarme esa peluca

El vendedor dió un salto y coloc? sus manos en su pecho pues c**o no la había visto, no sabia de donde proven?a la voz.

El pobre señor comenz? a mirar a todos lados y luc?a muy confundido.

- Aquí, señor, aquí, abajo. Hola!!!!

El señor al fin mir? hacia abajo y vi? a la mujercita dando saltos nerviosos mientras le decía:

- C?lmese señor, c?lmese, aquí estoy.

- Hay señorita que casi me mata. Disc?lpeme por favor, pero es usted tan menudita.

- Si , ya lo s?, ya lo sí. Precisamente por eso estoy aquí. Estoy buscando una forma de que la gente me vea en la calle para que no me pateen sin querer.

- Hay Dios mio, y cómo puedo yo ayudarla?

- Pu?s p?seme esa peluca roja, esa, no,la de al lado, esa si.

-Aquí tiene señorita. Quiere que se la ponga?

- Si por favor.

- Venga y sientese en esta silla frente al espejo.

El señor coloc? la peluca en la cabeza de la mujercita, pero en vista de que casi sucedi? lo mismo que con el sombrero, el conmovido señor le hizo unos arreglos, tomando unas medidas aquí y all?, y logró ajustarla a la pequeña cabecita de la impresionada mujer.

No podía creer lo que veía. Se paré en la silla para poder contemplarse en el espejo y lo único que podía ver era una gran cantidad de cabellos rojos parados, brillantes y saludables,pero su cara y su cuerpo eran casi imperceptibles, pero eso no importaba, ya no pasar?a desapercibida por las calles.

La mujercita salió a la calle muy emocionada con los resultados de su b?squeda. Comenz? a caminar hacia su casa, y por primera vez en su vida, pudo observar que la gente la miraba y se hacían a un lado para dejarla pasar. Todo el mundo la miraba con curiosidad, pero no le importaba, ya formaba parte del grupo de peatones de esa ciudad, y eso la hacía muy feliz.

Regres? a su casa y esa noche durmi? feliz. Al día siguiente saldráa al supermercado y además ir?a a visitar a una vieja amiga para que le diera su opinión sobre la peluca.

En la mañana salió a la calle muy contenta e inici? su recorrido. Lo único que se apreciaba andar por la calle era una gran peluca roja y dos pequeños zapatos negros que la sostenían.

Cuando llegó a la esquina, se detuvo para esperar a que la luz del sem?foro cambiara para cruzar la calle, cuando de pronto, sinti? que algo le halaba la peluca y se la arrancaba de un solo tiro.

Volte? espantada para ver a un gran perro corriendo a lo lejos con su amada peluca entre los dientes.

La mujercita se sentú en la acera y comenz? a llorar. Hab?a gastado mucho dinero en esa peluca y estaba feliz de haberlo hecho.

A los minutos se levantú y decidi? igualmente ir al supermercado, pero cambió de opinión. Mejor ir?a primero a la casa de su amiga. Necesitaba contarle a alguien lo que le había pasado.

Iba caminando con gran tristeza, cuando pudo ver la misma tienda de sombreros que había visitado el día anterior. En eso, una señora que caminaba muy apurada le pate? en una de sus pequeñas piernitas con la punta de sus zapatos .

- Hay, Hay, Hay, saltú la mujercita dando gritos de dolor.

En eso, la vendedora de la tienda la vi? y salió para ayudarla.

En vista de su dolor, la carg? con ternura y la coloc? en una de las cómodas sillas de la tienda.

- Hay, señorita, qué le ha sucedido?

- Una señora que no me vi? me pate? con la punta de su zapato.

- Cuanto lo lamento, quisiera buscar una manera de ayudarla. Por eso es que quería comprarse el sombrero?,para que la vean con más facilidad?

- Si señorita, la verdad es que nadie me ve, y no es la primera vez que alquien tropieza conmigo.

- Quiz?s yo tengo la soluci?n para usted.

- Si?

La vendedora agarr? el mismo sombrero verde que la mujercita se había probado el día anterior, sacá unas tijeras de la gaveta, y trabajé en el sombrero durante unos minutos.

-Venga señorita, vamos a pararnos frente al espejo.

La mujercita saltú de la silla, aún con dolor en su piernecita,y se paré frente a la vendedora.

- A ver, así, muy bien, perfecto. Ya, qué le parece? preguntó la vendedora.

La mujercita volte? para encontrarse en el espejo, con un gran sombrero a través del cual podía ver. La vendedora le había abierto dos grandes agujeros al nivel de los ojos.

- Se lo regalo!

- Muchas gracias, es usted muy buena, adi?s.

- Hasta pronto. Pase a visitarme de nuevo por favor.

- Si, lo haré..

Un gran sombrero verde salió de la tienda, desplazandose rápidamente, y una vez más la mujercita cautiv? las miradas de los curiosos.

Camin? y camin? la mujercita hasta llegar a la casa de su amiga. Cuando esta abrió la puerta y vi? al sombrero con grandes ojos tristes mir?ndola, no supo qué decir.

- Manuela?

- Si, Manuela.

- Pero, qué haces con ese sombrero?

- Es una larga historia amiga.

- Entra, entra, por favor. Vamos a sentarnos en el jard?n y ya me lo contarés.

Cuando Manuela se quitú el sombrero, estaba mojada de pies a cabeza, había sudado tanto gracias al pesado sombrero, que parec?a que salía de una piscina.

Su amiga tomó el sombrero y lo colg? de una de las cintas de secar la ropa en el jard?n, y las dos se sentaron a tomar limonada.

Manuela le contó todo lo sucedido a su gran amiga, y ambas se rieron y lloraron juntas.

Entonces, el perro de la amiga de la mujercita salió al jard?n y Manuela asustada se paré en la silla.

- Mota,vamos adentro, adentro. dijo la amiga de la mujercita.

Pero el perrito se acerc? tiernamente a Manuela, y se dejé acariciar por ella. Desde ese momento no se separ? de ella y Manuela se encari?? tambiéncon él.

Una hora más tarde, el perrito comenz? a jugar con ella y le hizo se?as de que se montara sobre él. Entonces Manuela, con la ayuda de su amiga, se sentú sobre el perrito c**o si este fuera un caballo.

Durante un largo rato, los dos jugaron en el jard?n y Manuela se sentía feliz y en confianza con Mota.

Fu? entonces cuando la decisi?n final llegó a la mente de ambas amigas. Esa era la soluci?n. Las dos rieron y se abrazaron.

Desde ese día Mota vivir?a con Manuela y la acompañar?a a todas partes.

Cuando se despidieron, Manuela iba dichosa sentada sobre Mota, quien fuí desde ese día su compa?ero inseparable.

FIN


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