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- Jefa de cocina
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Tori21 escribió:YO TENGO C?MARAS TARJETAS DE TODO PARA PONER UNA O VARIAS FOTOS,PERO NO TENGO NI IDEA DE c**o SE HACE,CUANDO APRENDA
YA OS PONDR? FOTOS,M?AS.
QUIERO EN ESTOS D?AS RECOPILAR AN?CDOTAS DE MI VIDA QUE ALGUNAS OS ARAN GRACIA, ESPERO TENERLO PARA EL LUNES O MARTES QUE VIENE,UN BESO,
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- Jefa de cocina
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Marta, la lechuza mensajera
La lechuza Marta era la moradora más antigua del cementerio municipal. Todas las noches cuando salía a buscar alimentos para su prole, se ubicaba en lo alto de una cruz celta y desde all?, clavando su vista en los rincones más oscuros, atrapaba insectos y roedores de toda especie.
Aquella noche calurosa y de luna llena, todo el bicher?o salía de recorrida y su comida estaráa asegurada.
Apenas se había instalado en el mangrullo, descubri? a un ratún escurridizo merodeando entre dos tumbas abandonadas. Instintivamente embisti? a su presa, pero la fortuna le jug? una mala pasada; un gato salvaje, que tambiéntenía al roedor en su mira, se lanz? velozmente al ataque y distrajo a Marta, que fue a dar contra un angelito de piedra. Sin embargo el felino no tuvo mejor suerte; cuando dio el salto decisivo, un objeto brillante surc? el aire y le cortú la cabeza. Sobre la l?pida, patas para arriba, yacáa Marta inconsciente; a su lado, la cabeza ensangrentada del rival. Cuando la accidentada lechuza volvi? en s?, se encontré prisionera de las manos huesudas de una silueta macabra.
- Querida mía, estés muy vieja para estas cosas -le dijo irúnicamente la l?grube figura- A estas horas deberías estar durmiendo...
- Es que son muchos los buches que debo alimentar -llorique? Marta temblorosa.
- Está bien, no tengas miedo. El gato malvado no podrá hacerte daño -quiso tranquilizarla.
- Es que no tengo miedo -respondi? Marta intentando mostrarse segura.
- No seas mentirosa... -replic? la enigm?tica sombra- estés muy asustada y te comprendo. Los seres vivientes c**o vos, no me conocen y tampoco saben cómo soy. Sin embargo, apenas intuyen mi presencia me rechazan, entonces me paso el tiempo yendo y viniendo sin que me atiendan. Pero finalmente se resignan y me permiten entrar a sus casas... Querida Marta, vos tenés que ayudarme. Estoy vieja y malhumorada y necesito tu ayuda.
- ?Puedo saber cómo puedo ayudarte? -preguntó la cautiva deseando escapar.
- Es muy fácil... Tu misi?n será sencilla y provechosa, y los hombres comenzarén a respetarte cuando sepan que me estés ayudando a mí.
- ¿Y por qué debo ser yo quien te ayude? ?preguntó Marta aliviada cuando sinti? aflojarse la mano de su captora.
- Porque yo te salv? la vida ?reaccion? ?spera la tremebunda- ¿No creís justo lo que te pido cuando te salv? de las garras de ese gato malvado? No hag?s más preguntas y escuchame bien lo que te voy a decir.
Marta guard? silencio y esperé las instrucciones.
- Todas las noches saldrás de recorrida por el vecindario y sobrevolar?s las casas que yo te indique, chillar?s tres veces y proseguir?s tu vuelo hasta la próxima. Desde ahora y para siempre serás mi fiel mensajera.
Dicho lo cual, dio media vuelta y se perdi? en la oscuridad.

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?D?nde está la luna?
Son? el despertador. c**o siempre. A la misma hora.
Y c**o siempre estaba increíblemente cansada. Otra noche sin dormir lo debido. Una noche más.
Encend? el televisor. También c**o siempre. Me gustaba despertar oyendo al mundo. Y eso que con noticias tan terribles; no era posible comenzar un nuevo día con ilusiones, habiendo escuchado desde primera hora las cosas que ocurr?an . Pero yo era así. Y esto era simplemente una costumbre.
Me duch?. Casi no me apetec?a. Era imprescindible que el próximo invierno lo pasara con calefacci?n, pero este era uno de los muchos planes que todavía estaban sin cumplir... calefacci?n, ventanas, muebles... volverme responsable. Es que eran demasiados planes para las 7 de la mañana. Y, a estas horas el único plan que se puede tener es de no volver a llegar tarde de nuevo.
Me sentía perezosa, no quería ir al trabajo. Ni ver de nuevo las caras de siempre. Ni hablar con la misma gente. Ni ser creativa. Ni ser responsable. Me apetec?a vaguear y quedarme el día en la cama. Quiz?s para comprobar simplemente que el mundo seguía y que yo en esta ocasión era la única persona que se había parado. Por lo menos, durante unos instantes.
Volv? a la cama de nuevo. Siempre hacía lo mismo. Me quedaba ensimismada viendo el televisor y pintúndome un poco. Para cubrir los efectos de una noche en la que no había dormido demasiado.
Pero en este día, algo era distinto. Me fij? en las noticias y en esta ocasión no hablaban ni de Irak, ni de terrorismo, ni de violencia domástica.
Antes de echarme la base de maquillaje, intentú comprender lo que estaba escuchando. Las imágenes mostraban el cielo. Y se turnaban noticias de los distintos corresponsales que trabajan en las principales capitales del mundo. Todas las c?maras apuntaban al cielo.
De pronto, el tel?fono son?. Me asusted un poco. Era mi madre.
- Has o?do las notici así Hija, creo que hoy no deberías ir a trabajar.
- ¿Qué pasa? , le respond?.
- Hija, están hablando desde primera hora. Resulta que no se sabe ni cómo ni por qué, pero esta noche ha desaparecido la luna.
- Qué???? Exclam?. Jajajajaja. Eso es imposible. A ver mami, cómo va a desaparecer la luna... Será una broma.
- No creo. Bueno, ya veremos lo que dicen, pero de momento, las informaciones que tienen desde los distintos observatorios, es que la luna ha desaparecido. No se sabe c**o. No hay satúlites, ni misiles. Nada de nada. Es c**o si nunca hubiera existido.
Me asom? a la ventana después de colgar. Mira al cielo. No observ? nada extraño. Todo era igual que siempre. Volv? hacia la cama para seguir mirando las noticias. La información de mi madre era cierta. No era 28 de diciembre. El mundo estaba en alerta. Quien nos podría asegurar que si hoy había desaparecido la luna, no podríamos ser nosotros los siguientes?
Me sentía desconcertada. No sabía si ir a trabajar, si aprovechar y quedarme en la cama. No tenía ni idea. Pero me decid? a llamar a una compa?era y acudir al trabajo c**o siempre.
Realmente, ese día nadie trabajaba. Estábamos nerviosos, alterados... Nos faltaba una referencia clara para saber c**o actuar.
El día trascurri?... Y al llegar la noche. Fue c**o una noche más. Me asom? a la ventana a ver el cielo. Y de pronto....la vi.
Estaba all?. c**o casi siempre. La noche era clara y se veían además algunas estrellas.
La vista era preciosa. Respir? profundamente. Y pensá en cómo era posible que las personas creyeran que había desaparecido la luna. Yo podía notar en ese instante su aroma, su luz, su calma. Estaba segura de que me miraba y que incluso me sonre?a c**o siempre. c**o yo lo hacía con ella.
Me sorprend? entonces pidióndole un deseo.
- Luna, no desaparezcas nunca. No dejes que me encuentre sola y no tenga a quien pedirle un deseo. Estate ahí. M?rame siempre c**o tú solo sabes hacerlo. Guarda mis secretos.
Fui de nuevo a la habitaci?n. Estaba a oscuras. c**o siempre la cama deshecha, la luz de una vela, y ropa sin recoger.
Me tir? en la cama. Estaba contenta. La luna no se había ido. Seguña ahí contemplando mi vida.
Cuando mir? el televisor, me sorprendi? que siguieran con la misma noticia. Parec?a que la luna no había aparecido. ¿Cómo era posible que se viera desde mi ventana?
Volv? a asomarme. Ella estaba all?. La historia me parec?a una locura. Mi ojos eran distintos? Era una broma de los terrorist así El mundo se había vuelto loco? O quizás la luna tenía más vida de la que nosotros creíamos?
Mientras me encontraba absorta en estos pensamientos, me di cuenta de una cosa. No sólo había sido un día especial porque la luna había desaparecido. Hoy ya no se hablaba de guerras, de armas, de gobiernos, ni de economía. Solo se hablaba de la luna. O de su ausencia. Era bonito, no?
?Era un juego o una ilusión?
En el fondo, lo importante era que todo el mundo por un día se encontraba mirando al cielo.
Entorn? los ojos, y me descubr? en una sonrisa entreabierta.
Tom? aire, respir? profundamente y la observ? de nuevo.
Esta noche, cuando vayas a acostarte.
Asímate.
M?rala.
Obs?rvala.
Y recoge todo el aire que puedas.
Sólo por si algún día no puedes verla.
Quiz?s descubras entonces que lo más importante de todo es su recuerdo.
Así siempre permanecer? en tu cielo.

Son? el despertador. c**o siempre. A la misma hora.
Y c**o siempre estaba increíblemente cansada. Otra noche sin dormir lo debido. Una noche más.
Encend? el televisor. También c**o siempre. Me gustaba despertar oyendo al mundo. Y eso que con noticias tan terribles; no era posible comenzar un nuevo día con ilusiones, habiendo escuchado desde primera hora las cosas que ocurr?an . Pero yo era así. Y esto era simplemente una costumbre.
Me duch?. Casi no me apetec?a. Era imprescindible que el próximo invierno lo pasara con calefacci?n, pero este era uno de los muchos planes que todavía estaban sin cumplir... calefacci?n, ventanas, muebles... volverme responsable. Es que eran demasiados planes para las 7 de la mañana. Y, a estas horas el único plan que se puede tener es de no volver a llegar tarde de nuevo.
Me sentía perezosa, no quería ir al trabajo. Ni ver de nuevo las caras de siempre. Ni hablar con la misma gente. Ni ser creativa. Ni ser responsable. Me apetec?a vaguear y quedarme el día en la cama. Quiz?s para comprobar simplemente que el mundo seguía y que yo en esta ocasión era la única persona que se había parado. Por lo menos, durante unos instantes.
Volv? a la cama de nuevo. Siempre hacía lo mismo. Me quedaba ensimismada viendo el televisor y pintúndome un poco. Para cubrir los efectos de una noche en la que no había dormido demasiado.
Pero en este día, algo era distinto. Me fij? en las noticias y en esta ocasión no hablaban ni de Irak, ni de terrorismo, ni de violencia domástica.
Antes de echarme la base de maquillaje, intentú comprender lo que estaba escuchando. Las imágenes mostraban el cielo. Y se turnaban noticias de los distintos corresponsales que trabajan en las principales capitales del mundo. Todas las c?maras apuntaban al cielo.
De pronto, el tel?fono son?. Me asusted un poco. Era mi madre.
- Has o?do las notici así Hija, creo que hoy no deberías ir a trabajar.
- ¿Qué pasa? , le respond?.
- Hija, están hablando desde primera hora. Resulta que no se sabe ni cómo ni por qué, pero esta noche ha desaparecido la luna.
- Qué???? Exclam?. Jajajajaja. Eso es imposible. A ver mami, cómo va a desaparecer la luna... Será una broma.
- No creo. Bueno, ya veremos lo que dicen, pero de momento, las informaciones que tienen desde los distintos observatorios, es que la luna ha desaparecido. No se sabe c**o. No hay satúlites, ni misiles. Nada de nada. Es c**o si nunca hubiera existido.
Me asom? a la ventana después de colgar. Mira al cielo. No observ? nada extraño. Todo era igual que siempre. Volv? hacia la cama para seguir mirando las noticias. La información de mi madre era cierta. No era 28 de diciembre. El mundo estaba en alerta. Quien nos podría asegurar que si hoy había desaparecido la luna, no podríamos ser nosotros los siguientes?
Me sentía desconcertada. No sabía si ir a trabajar, si aprovechar y quedarme en la cama. No tenía ni idea. Pero me decid? a llamar a una compa?era y acudir al trabajo c**o siempre.
Realmente, ese día nadie trabajaba. Estábamos nerviosos, alterados... Nos faltaba una referencia clara para saber c**o actuar.
El día trascurri?... Y al llegar la noche. Fue c**o una noche más. Me asom? a la ventana a ver el cielo. Y de pronto....la vi.
Estaba all?. c**o casi siempre. La noche era clara y se veían además algunas estrellas.
La vista era preciosa. Respir? profundamente. Y pensá en cómo era posible que las personas creyeran que había desaparecido la luna. Yo podía notar en ese instante su aroma, su luz, su calma. Estaba segura de que me miraba y que incluso me sonre?a c**o siempre. c**o yo lo hacía con ella.
Me sorprend? entonces pidióndole un deseo.
- Luna, no desaparezcas nunca. No dejes que me encuentre sola y no tenga a quien pedirle un deseo. Estate ahí. M?rame siempre c**o tú solo sabes hacerlo. Guarda mis secretos.
Fui de nuevo a la habitaci?n. Estaba a oscuras. c**o siempre la cama deshecha, la luz de una vela, y ropa sin recoger.
Me tir? en la cama. Estaba contenta. La luna no se había ido. Seguña ahí contemplando mi vida.
Cuando mir? el televisor, me sorprendi? que siguieran con la misma noticia. Parec?a que la luna no había aparecido. ¿Cómo era posible que se viera desde mi ventana?
Volv? a asomarme. Ella estaba all?. La historia me parec?a una locura. Mi ojos eran distintos? Era una broma de los terrorist así El mundo se había vuelto loco? O quizás la luna tenía más vida de la que nosotros creíamos?
Mientras me encontraba absorta en estos pensamientos, me di cuenta de una cosa. No sólo había sido un día especial porque la luna había desaparecido. Hoy ya no se hablaba de guerras, de armas, de gobiernos, ni de economía. Solo se hablaba de la luna. O de su ausencia. Era bonito, no?
?Era un juego o una ilusión?
En el fondo, lo importante era que todo el mundo por un día se encontraba mirando al cielo.
Entorn? los ojos, y me descubr? en una sonrisa entreabierta.
Tom? aire, respir? profundamente y la observ? de nuevo.
Esta noche, cuando vayas a acostarte.
Asímate.
M?rala.
Obs?rvala.
Y recoge todo el aire que puedas.
Sólo por si algún día no puedes verla.
Quiz?s descubras entonces que lo más importante de todo es su recuerdo.
Así siempre permanecer? en tu cielo.

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Cuando el mundo me mir?
Era la tercera vez, desde que empez? la postemporada, que lo llamaban a calentar en el bullpen sin que el equipo lo enviara a lanzar a la lomita. El novato ponía en forma su brazo con cierta dejadez pues estaba completamente seguro de que esta vez tampoco lo llamarían. El juego era demasiado importante para los Yankees de Nueva York ya que éste representaba la última posibilidad de seguir con vida para pasar a los playoff. La serie marchaba dos a cero a favor de los Medias Rojas de Boston y el partido recién se había desempatado en el decimosexto episodio gracias a un cuadrangular del primera base de los Mulos de El Bronx.
Por eso, cuando el manager sorpresivamente lo mandé llamar, el derecho recién salido de las menores se estremeci?. Un escalofrío le sacudi? todo el cuerpo y por un momento el ruido ensordecedor que inundaba el estadio le corri? por las venas hasta fundirse en su corazón. Se limpi? la frente con el dorso de la mano enguantada, desfil? a paso doble por el pasillo pegado a las tribunas, y cuando pis? el terreno de juego el pecho se le infl? de emoción. El joven lanzador sabía que esta salida representaba la salvaci?n del equipo y quizás su propia salvaci?n en el b?isbol. La fanaticada herv?a, acelerada. Cuando dirigente le pasó la pelota le dijo en inglés Muchacho, de ti sólo necesito un out, conc?ntrate y por nada del mundo le lances adentro; mantún tus pitcheos fuera del plato. El receptor le iba traduciendo mientrasél, con los ojos puestos en la pelota, acomodaba sus largos dedos negros a las costuras de la Rawlings.
Rasp? con sus ganchos el terreno del montúculo hasta encajar el pi? derecho. Realiz? varios lanzamientos para acomodarse a las señales del receptor y cuando el bateador se cuadr? frente al diamante, el novato sinti? un sudor helado granul?ndole la frente c**o si en ese instante reconociera la dimensi?n de su rol en el lugar en donde estaba. Cerr? los ojos y por una fracci?n de segundo retorn? a la infancia, al patio de la escuela, bajo las altas jabillas, en medio de la chiquiller?a bulliciosa que, en largas filas, se aprestaba a entrar a los salones de clases. ¿Estudiante número 17!, escuch? que lo llamaban. ?Venga inmediatamente!, y se vio caminando hacia donde se imponía, con su típico gesto de desprecio, la maestra de cuarto curso. Cabizbajo, incordiado por la risa burlona de los estudiantes que a su paso le decían Te jodiste, Popa G?mez, ya te agarr? la maestra fuera de la fila. Se vio llegar y c**o siempre, doña Tatica, con su cutis de torta de cazabe y su boquita de pescado le hizo saber frente a sus compa?eros, con insultos y humillaciones, que él nunca iba a llegar a nada en la vida, que por qué diablos no se podía estar quieto mientras cantaban los himnos a los patricios, que se fuera al sal?n a ponerse sus orejas de burro y a hincarse en un rincón. Y ahí iba el negrito Popa G?mez a obedecer a la maestra, a sumirse en la podredumbre de su propio yo. Y ya en el rincón, de rodillas, la implacable maestra descargaba sobreél, c**o un alud de odio, todas sus frustraciones.
El novato realiz? su primer lanzamiento, Bola bajita, y entonces record? la mañana en que entré al sal?n de clases y, en vez de doña Tatica, vio a un ?ngel sentado en el trono del cuarto curso. Baj? su rostro avergonzado y temeroso de que la figura celestial descubriera la alegría que, por un instante, reluci? en su blanca dentadura. Luego se dirigi? hacia su asiento, al final de una de las últimas filas. Niños, su maestra está enferma y yo soy la sustituta. Voy a pasar la lista para saber sus nombres. A mí ustedes me pueden llamar señorita Molly.
Cuando la nueva profesora pronunci? el número 17, Israel G?mez se presentú c**o Popa G?mez y los niños empezaron a re?r. Luego se sentú silencioso pero feliz cuando escuch? a la educadora reprender a los alumnos y al ver, desde el montúculo, cómo su segundo lanzamiento, una curva rompiente, fue abanicado por su adversario.
Al final de la clase la señorita Molly, mientras acariciaba con ternura maternal su cabellera rebelde, le pidió que se quedara un momentito para charlar con él. Un nerviosismo lo sacudi? de repente; por un momento se llen? de púnico por el temor a ser regañado y luego escuch? el bullicio de los fan?ticos ?Letús go Yankees! ?Letús go Yankees!, cuando el tercer lanzamiento llegó c**o un cañonazo al mascotún del receptor y el ?rbitro principal se balance? al cantar el strike. Por qué te haces llamar Popa, muchachito, le preguntó la profesora. Porque así era c**o me llamaba mi mam? antes de que se muriera, maestra. Y la señorita Molly lo abraz?, y se pasó casi una hora conversando con el negrito que so?aba con ser pelotero, Porque no soy bueno para la escuela, señorita, ya doña Tatica me lo ha dicho, que yo me voy a quedar bruto c**o mi papá que no sabe ni la O. Y la profesora sustituta, con su carita de santa, le dijo la cosa más bonita del mundo, algo que jamás él pensá escuchar: T? vas a ser quien tú quieras ser, hijo. No te lleves de nadie y sólo persigue los pasos de tus sueños. E Israel ?Popa? G?mez record? en ese instante, mientras su cuarto lanzamiento era bateado por la zona de foul del jard?n izquierdo, cuando, ya siendo un jovencito, después de lesionarse el jugador de tercera, lo dejaron jugar en dicha posici?n pese a que él no estaba vestido apropiadamente. Llevaba una rotosa camisa mangas largas, pantal?n vaquero viejo y remendado y lo peor de todo, y por eso no lo habían incluido en el line up, estaba calzado con unos zapatos de cuero con los tacos desgastados. Hoy vienen los escuchas al estadio, Popa, y sólo van a jugar los que están presentables; no queremos pasar vergüenza con los gringos y, además, hoy quizás firmen a alguno de los prospectos. El negrito se sentú humildemente en el dogout hasta que al tercera base se le abrió la muñeca al tratar de atrapar una línea dur?sima que lo oblig? a retirarse del juego.
Una rolata y cuando Popa G?mez recogi? la pelota, incómodo, lanz? el disparo que llegó c**o un rayo a la almohadilla de primera para sacar el out. El juego se detuvo. Uno de los escuchas, sorprendido por la velocidad del lanzamiento del negrito de tercera, entré al terreno de juego y, después de quitarle la bola al lanzador de turno, lo llam?. Toma, muchacho, tira la bola lo más rápido que puedas. Un silencio en el pequeño estadio del barrio Porvenir en San Pedro de Macor?s, y Popa G?mez lanz? un fuacatazo que dejé a todos boquiabiertos. Bola alta, cantú el ?rbitro provocando un silencio en el Yankee Stadium.
Con las bases llenas, emocionado, hundido en el entramado de su memoria, el serpentinero cometió un error que por un momento zarande? al dirigente: le tir? al peligroso bateador una recta que cay? en la esquinita de adentro. El receptor fue a llevarle la pelota y le dijo Muchacho, ya lo tienes en tres y dos, vamos a salir de esto, túrale lo mejor que tengas. Pero la señorita Molly no regres? jamás. El aspirante a jugador profesional desertú de la escuela y, con las esperanzas en el suelo, convencido de las afirmaciones torturantes de su maestra de cuarto curso, se pasó la adolescencia ayudando a su padre a vender tortas por las calles polvorientas de Macor?s y jugando b?isbol en los claros de los cañaverales, donde el sol oscurec?a a los boyeros, entristecidos inexorablemente por el paso del tiempo. Una tarde se tropez? en el parque con doña Tatica y le dio vergüenza que ella lo viera ya siendo un hombrecito, con un delantal y con una bandeja al hombro repleta de tortas de maíz. Baj? el rostro, apretú los dientes, sacudi? con sus ganchos el polvo del montúculo, busc? la señal y sujetú la pelota entre los dedos medio, índice y pulgar. Cuando soltú el fogonazo se dijo, sonriente, M?reme ahora, doña Tatica, hija de la gran puta.

Era la tercera vez, desde que empez? la postemporada, que lo llamaban a calentar en el bullpen sin que el equipo lo enviara a lanzar a la lomita. El novato ponía en forma su brazo con cierta dejadez pues estaba completamente seguro de que esta vez tampoco lo llamarían. El juego era demasiado importante para los Yankees de Nueva York ya que éste representaba la última posibilidad de seguir con vida para pasar a los playoff. La serie marchaba dos a cero a favor de los Medias Rojas de Boston y el partido recién se había desempatado en el decimosexto episodio gracias a un cuadrangular del primera base de los Mulos de El Bronx.
Por eso, cuando el manager sorpresivamente lo mandé llamar, el derecho recién salido de las menores se estremeci?. Un escalofrío le sacudi? todo el cuerpo y por un momento el ruido ensordecedor que inundaba el estadio le corri? por las venas hasta fundirse en su corazón. Se limpi? la frente con el dorso de la mano enguantada, desfil? a paso doble por el pasillo pegado a las tribunas, y cuando pis? el terreno de juego el pecho se le infl? de emoción. El joven lanzador sabía que esta salida representaba la salvaci?n del equipo y quizás su propia salvaci?n en el b?isbol. La fanaticada herv?a, acelerada. Cuando dirigente le pasó la pelota le dijo en inglés Muchacho, de ti sólo necesito un out, conc?ntrate y por nada del mundo le lances adentro; mantún tus pitcheos fuera del plato. El receptor le iba traduciendo mientrasél, con los ojos puestos en la pelota, acomodaba sus largos dedos negros a las costuras de la Rawlings.
Rasp? con sus ganchos el terreno del montúculo hasta encajar el pi? derecho. Realiz? varios lanzamientos para acomodarse a las señales del receptor y cuando el bateador se cuadr? frente al diamante, el novato sinti? un sudor helado granul?ndole la frente c**o si en ese instante reconociera la dimensi?n de su rol en el lugar en donde estaba. Cerr? los ojos y por una fracci?n de segundo retorn? a la infancia, al patio de la escuela, bajo las altas jabillas, en medio de la chiquiller?a bulliciosa que, en largas filas, se aprestaba a entrar a los salones de clases. ¿Estudiante número 17!, escuch? que lo llamaban. ?Venga inmediatamente!, y se vio caminando hacia donde se imponía, con su típico gesto de desprecio, la maestra de cuarto curso. Cabizbajo, incordiado por la risa burlona de los estudiantes que a su paso le decían Te jodiste, Popa G?mez, ya te agarr? la maestra fuera de la fila. Se vio llegar y c**o siempre, doña Tatica, con su cutis de torta de cazabe y su boquita de pescado le hizo saber frente a sus compa?eros, con insultos y humillaciones, que él nunca iba a llegar a nada en la vida, que por qué diablos no se podía estar quieto mientras cantaban los himnos a los patricios, que se fuera al sal?n a ponerse sus orejas de burro y a hincarse en un rincón. Y ahí iba el negrito Popa G?mez a obedecer a la maestra, a sumirse en la podredumbre de su propio yo. Y ya en el rincón, de rodillas, la implacable maestra descargaba sobreél, c**o un alud de odio, todas sus frustraciones.
El novato realiz? su primer lanzamiento, Bola bajita, y entonces record? la mañana en que entré al sal?n de clases y, en vez de doña Tatica, vio a un ?ngel sentado en el trono del cuarto curso. Baj? su rostro avergonzado y temeroso de que la figura celestial descubriera la alegría que, por un instante, reluci? en su blanca dentadura. Luego se dirigi? hacia su asiento, al final de una de las últimas filas. Niños, su maestra está enferma y yo soy la sustituta. Voy a pasar la lista para saber sus nombres. A mí ustedes me pueden llamar señorita Molly.
Cuando la nueva profesora pronunci? el número 17, Israel G?mez se presentú c**o Popa G?mez y los niños empezaron a re?r. Luego se sentú silencioso pero feliz cuando escuch? a la educadora reprender a los alumnos y al ver, desde el montúculo, cómo su segundo lanzamiento, una curva rompiente, fue abanicado por su adversario.
Al final de la clase la señorita Molly, mientras acariciaba con ternura maternal su cabellera rebelde, le pidió que se quedara un momentito para charlar con él. Un nerviosismo lo sacudi? de repente; por un momento se llen? de púnico por el temor a ser regañado y luego escuch? el bullicio de los fan?ticos ?Letús go Yankees! ?Letús go Yankees!, cuando el tercer lanzamiento llegó c**o un cañonazo al mascotún del receptor y el ?rbitro principal se balance? al cantar el strike. Por qué te haces llamar Popa, muchachito, le preguntó la profesora. Porque así era c**o me llamaba mi mam? antes de que se muriera, maestra. Y la señorita Molly lo abraz?, y se pasó casi una hora conversando con el negrito que so?aba con ser pelotero, Porque no soy bueno para la escuela, señorita, ya doña Tatica me lo ha dicho, que yo me voy a quedar bruto c**o mi papá que no sabe ni la O. Y la profesora sustituta, con su carita de santa, le dijo la cosa más bonita del mundo, algo que jamás él pensá escuchar: T? vas a ser quien tú quieras ser, hijo. No te lleves de nadie y sólo persigue los pasos de tus sueños. E Israel ?Popa? G?mez record? en ese instante, mientras su cuarto lanzamiento era bateado por la zona de foul del jard?n izquierdo, cuando, ya siendo un jovencito, después de lesionarse el jugador de tercera, lo dejaron jugar en dicha posici?n pese a que él no estaba vestido apropiadamente. Llevaba una rotosa camisa mangas largas, pantal?n vaquero viejo y remendado y lo peor de todo, y por eso no lo habían incluido en el line up, estaba calzado con unos zapatos de cuero con los tacos desgastados. Hoy vienen los escuchas al estadio, Popa, y sólo van a jugar los que están presentables; no queremos pasar vergüenza con los gringos y, además, hoy quizás firmen a alguno de los prospectos. El negrito se sentú humildemente en el dogout hasta que al tercera base se le abrió la muñeca al tratar de atrapar una línea dur?sima que lo oblig? a retirarse del juego.
Una rolata y cuando Popa G?mez recogi? la pelota, incómodo, lanz? el disparo que llegó c**o un rayo a la almohadilla de primera para sacar el out. El juego se detuvo. Uno de los escuchas, sorprendido por la velocidad del lanzamiento del negrito de tercera, entré al terreno de juego y, después de quitarle la bola al lanzador de turno, lo llam?. Toma, muchacho, tira la bola lo más rápido que puedas. Un silencio en el pequeño estadio del barrio Porvenir en San Pedro de Macor?s, y Popa G?mez lanz? un fuacatazo que dejé a todos boquiabiertos. Bola alta, cantú el ?rbitro provocando un silencio en el Yankee Stadium.
Con las bases llenas, emocionado, hundido en el entramado de su memoria, el serpentinero cometió un error que por un momento zarande? al dirigente: le tir? al peligroso bateador una recta que cay? en la esquinita de adentro. El receptor fue a llevarle la pelota y le dijo Muchacho, ya lo tienes en tres y dos, vamos a salir de esto, túrale lo mejor que tengas. Pero la señorita Molly no regres? jamás. El aspirante a jugador profesional desertú de la escuela y, con las esperanzas en el suelo, convencido de las afirmaciones torturantes de su maestra de cuarto curso, se pasó la adolescencia ayudando a su padre a vender tortas por las calles polvorientas de Macor?s y jugando b?isbol en los claros de los cañaverales, donde el sol oscurec?a a los boyeros, entristecidos inexorablemente por el paso del tiempo. Una tarde se tropez? en el parque con doña Tatica y le dio vergüenza que ella lo viera ya siendo un hombrecito, con un delantal y con una bandeja al hombro repleta de tortas de maíz. Baj? el rostro, apretú los dientes, sacudi? con sus ganchos el polvo del montúculo, busc? la señal y sujetú la pelota entre los dedos medio, índice y pulgar. Cuando soltú el fogonazo se dijo, sonriente, M?reme ahora, doña Tatica, hija de la gran puta.

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Juan Bobo
Juan Bobo Un ser legendario de Puerto Rico es Juan Bobo, Un chico supremamente despistado que vuelve locos a todos, pero sobre todo su madre. Existe una gran variedad de historias sobre Juan Bobo, y se cuentan en todas partes de la Isla. No sabemos si existi?, ni dónde, ni cuándo, pero sus desventuras han hecho re?r a generaciones de puertorrique?os. A continuación encontraré una versión de una historia de Bobo.
?rase una vez un muchacho a quien llamaba Juan Bobo por ser medio tonto y despistado. Un día su madre le mandé al pueblo a comprar tres cosas: carne, miel y unas agujas. Juan Bobo coloc? dos canastas en la mula y se fue al pueblo. Tir? la miel y la ech? en las canastas. Luego compré la carne y las agujas. Las puso tambiéncon la miel en las canastas. Cuando Juan Bobo volvi? a su casa, trajo la carne, pero no encontré ni agujas ni miel. Ambas cosas se habían perdido en el camino, sobre todo la miel. La habían comido un número inmenso de moscas que acompañaban a Juan Bobo. Cuando llegó el bobo y la madre vio lo que había hecho el muy tonto, le pegaba y le decía: ? ?Animal! ?Si es que eres un animal! ¿Cómo vas a echar la miel en las canastas y quieres que llegue aquí? ¿Y las agujas! tenían que salirse por los agujeros; no eres más que un bruto; no se te puede mandar a hacer nada. ?Mami, no se preocupe usted, decía Juan Bobo.? La miel se la comieron las señoritas del manto prieto, pero mañana; mismo voy a denunciarlas donde el señor juez. ?D?jate de tonterías, Bobo; eres más bobo que los bobos. No sirves para nada; eres, al contrario, una carga. ?Mami, no se preocupe usted; mañana denuncio a las señoritas Del manto prieto. ?Vete ahora a pedirle la olla de tres patas a la comadre para hacer una sopa. Pero avanza, que no tengo tiempo que perder.
Fue Juan Bobo donde la comadre y le pidió la olla. ésta era caldero de esos que se usaban antes, con tres patas y muy gande. Cogi? Juan Bobo la olla y salió con ella. Yendo por el camino que conduc?a a su casa, puso la olla en el suelo y le decía: ?Mira, ya yo estoy cansado de llevarte; tú tienes tres patas puedes andar mejor que yo. Camina adelante, que yo voy detr?s. Y c**o la olla se quedaba en el mismo sitio, le decía: ? ¿Qué te pasa? ¿No conoces el camino? Pues yo me voy adelante; s?gueme. Pero la olla no se mov?a. ?Perezosa, eso es lo que eres; que eres una perezosa; te gusta que te lleve al hombro para no caminar. Pues está bonito eso, que tú con tres patas y yo con dos te tenga que cargar a ti. No, señor, tú tienes que caminar. Y con un palo que llevaba le daba furioso y empujaba con los pies. ?Anda, anda, perezosa; avanza, que mam? nos está esperando. Pronto llegaron a un sitio donde el camino se dividía en dos vereditas, antes de bajar del cerro. Cogi? Juan Bobo a la olla perezosa, y poni?ndola en una de las veredas, le dijo: ?Oye, tú coges por aquí y andas lo más rápido que puedas. Yo c**o por aquella veredita y ando bien rápido. A ver Quién llega primero, tú o yo. ?Bueno, ya estamos, gritaba Juan Bobo del otro camino .? ?A la una, a las dos y a las tres!. Y corr?a Juan Bobo cuesta abajo que no lo cogía nadie. Fatigado llegó a su casa y seguido fue donde la mam? y le preguntó: ?Mami, ?ha llegado ya? ?Lleg?? ¿Pero muchacho, ?que si llegó Quién? ?La olla, mami, la olla. Nos echamos a correr a ver Quién llegaba primero. ?Juan Bobo, te mato; hoy, te mato. No seas estépido, muchacho.?Vete, vete rápidamente a buscarme esa olla! ?gritaba la madre furiosa. El Bobo, furioso, lleno de miedo, fue cerro arriba hasta encontrar la olla tal c**o la había dejado. ¡Lo ves, perezosa. No tienes consideraci?n. Por culpa tuya me iba a pegar mi mam?; por poco me coge si no vengo rápido. Ahora es que te las voy a cobrar; te debería dar vergüenza, tú con tres patas y yo con dos solamente, y sin embargo, llegu? primero. Diciendo esto, le daba patadas. c**o la vereda estaba en un pendiente, del impulso que recibió de las patadas, rod? la olla cuesta abajo. ? ¿Cómo ahora corres? Le decía Juan corriendo detr?s de ella.? ?Cogiste miedo? Por fin Juan Bobo y la olla perezosa llegaron a casa.
Al día siguiente temprano Juan Bobo hablaba con el juez. ?Se?or juez, decía ?, quiero denunciar a las señoritas del manto prieto por haberme comido la miel. ? ¿Quiénes son tales señorit así ?preguntaba el juez. ??sas, ?sas mismas que ve ahíéle contestú, y le señalaba unas cuantas moscas que estaban paradas en una mesa. ?'Ah! Las señoritas del manto prieto; tú quieres decir las moscas. ¿Eso mismo, eso es. Ellas me cogieron la miel. Y quiero vengarme o que me paguen. ?Juan, escucha lo que vas a hacer ?decía el juez lleno de risa?. Donde quiera que veas a una de esas señoritas, le das enseguida con tu palo y la matas. Es muy sencillo, ¿verdad? ?Muy bien, señor juez ?y en ese mismo momento ?zas! Peg? un golpetazo inmenso en la cabeza del desgraciado juez. Se le había parado una señorita del manto prieto sobre la calva. Juan fue a la c?rcel, pero ni aun allí le dejaron tranquilo las provocativas señoritas del manto prieto.

Juan Bobo Un ser legendario de Puerto Rico es Juan Bobo, Un chico supremamente despistado que vuelve locos a todos, pero sobre todo su madre. Existe una gran variedad de historias sobre Juan Bobo, y se cuentan en todas partes de la Isla. No sabemos si existi?, ni dónde, ni cuándo, pero sus desventuras han hecho re?r a generaciones de puertorrique?os. A continuación encontraré una versión de una historia de Bobo.
?rase una vez un muchacho a quien llamaba Juan Bobo por ser medio tonto y despistado. Un día su madre le mandé al pueblo a comprar tres cosas: carne, miel y unas agujas. Juan Bobo coloc? dos canastas en la mula y se fue al pueblo. Tir? la miel y la ech? en las canastas. Luego compré la carne y las agujas. Las puso tambiéncon la miel en las canastas. Cuando Juan Bobo volvi? a su casa, trajo la carne, pero no encontré ni agujas ni miel. Ambas cosas se habían perdido en el camino, sobre todo la miel. La habían comido un número inmenso de moscas que acompañaban a Juan Bobo. Cuando llegó el bobo y la madre vio lo que había hecho el muy tonto, le pegaba y le decía: ? ?Animal! ?Si es que eres un animal! ¿Cómo vas a echar la miel en las canastas y quieres que llegue aquí? ¿Y las agujas! tenían que salirse por los agujeros; no eres más que un bruto; no se te puede mandar a hacer nada. ?Mami, no se preocupe usted, decía Juan Bobo.? La miel se la comieron las señoritas del manto prieto, pero mañana; mismo voy a denunciarlas donde el señor juez. ?D?jate de tonterías, Bobo; eres más bobo que los bobos. No sirves para nada; eres, al contrario, una carga. ?Mami, no se preocupe usted; mañana denuncio a las señoritas Del manto prieto. ?Vete ahora a pedirle la olla de tres patas a la comadre para hacer una sopa. Pero avanza, que no tengo tiempo que perder.
Fue Juan Bobo donde la comadre y le pidió la olla. ésta era caldero de esos que se usaban antes, con tres patas y muy gande. Cogi? Juan Bobo la olla y salió con ella. Yendo por el camino que conduc?a a su casa, puso la olla en el suelo y le decía: ?Mira, ya yo estoy cansado de llevarte; tú tienes tres patas puedes andar mejor que yo. Camina adelante, que yo voy detr?s. Y c**o la olla se quedaba en el mismo sitio, le decía: ? ¿Qué te pasa? ¿No conoces el camino? Pues yo me voy adelante; s?gueme. Pero la olla no se mov?a. ?Perezosa, eso es lo que eres; que eres una perezosa; te gusta que te lleve al hombro para no caminar. Pues está bonito eso, que tú con tres patas y yo con dos te tenga que cargar a ti. No, señor, tú tienes que caminar. Y con un palo que llevaba le daba furioso y empujaba con los pies. ?Anda, anda, perezosa; avanza, que mam? nos está esperando. Pronto llegaron a un sitio donde el camino se dividía en dos vereditas, antes de bajar del cerro. Cogi? Juan Bobo a la olla perezosa, y poni?ndola en una de las veredas, le dijo: ?Oye, tú coges por aquí y andas lo más rápido que puedas. Yo c**o por aquella veredita y ando bien rápido. A ver Quién llega primero, tú o yo. ?Bueno, ya estamos, gritaba Juan Bobo del otro camino .? ?A la una, a las dos y a las tres!. Y corr?a Juan Bobo cuesta abajo que no lo cogía nadie. Fatigado llegó a su casa y seguido fue donde la mam? y le preguntó: ?Mami, ?ha llegado ya? ?Lleg?? ¿Pero muchacho, ?que si llegó Quién? ?La olla, mami, la olla. Nos echamos a correr a ver Quién llegaba primero. ?Juan Bobo, te mato; hoy, te mato. No seas estépido, muchacho.?Vete, vete rápidamente a buscarme esa olla! ?gritaba la madre furiosa. El Bobo, furioso, lleno de miedo, fue cerro arriba hasta encontrar la olla tal c**o la había dejado. ¡Lo ves, perezosa. No tienes consideraci?n. Por culpa tuya me iba a pegar mi mam?; por poco me coge si no vengo rápido. Ahora es que te las voy a cobrar; te debería dar vergüenza, tú con tres patas y yo con dos solamente, y sin embargo, llegu? primero. Diciendo esto, le daba patadas. c**o la vereda estaba en un pendiente, del impulso que recibió de las patadas, rod? la olla cuesta abajo. ? ¿Cómo ahora corres? Le decía Juan corriendo detr?s de ella.? ?Cogiste miedo? Por fin Juan Bobo y la olla perezosa llegaron a casa.
Al día siguiente temprano Juan Bobo hablaba con el juez. ?Se?or juez, decía ?, quiero denunciar a las señoritas del manto prieto por haberme comido la miel. ? ¿Quiénes son tales señorit así ?preguntaba el juez. ??sas, ?sas mismas que ve ahíéle contestú, y le señalaba unas cuantas moscas que estaban paradas en una mesa. ?'Ah! Las señoritas del manto prieto; tú quieres decir las moscas. ¿Eso mismo, eso es. Ellas me cogieron la miel. Y quiero vengarme o que me paguen. ?Juan, escucha lo que vas a hacer ?decía el juez lleno de risa?. Donde quiera que veas a una de esas señoritas, le das enseguida con tu palo y la matas. Es muy sencillo, ¿verdad? ?Muy bien, señor juez ?y en ese mismo momento ?zas! Peg? un golpetazo inmenso en la cabeza del desgraciado juez. Se le había parado una señorita del manto prieto sobre la calva. Juan fue a la c?rcel, pero ni aun allí le dejaron tranquilo las provocativas señoritas del manto prieto.

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