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ALAS
Hubo un tiempo en que la historia esperaba para escribirse al día siguiente. Por entonces, el mundo se bastaba a sí mismo, pero para el joven Kumbi nada resultaba extraño y sí nuevo todo lo que acontec?a desde que el dios Chen?za se ocultaba hasta que volvía a renacer. Todo lo lejos que alcanzaba su memoria siempre había sido así, lo había escuchado en los consejos de la tribu de boca de los guerreros más aguerridos. Ahora era su turno. Desde el confin de los or?genes la selva había marcado la ley de sus antepasados. Para un indio tup?a esto significaba un paso adelante en el crecimiento c**o ser.
Kumbi abandon? el poblado, desnudo, mientras la tribu entera le daba la espalda. Formaba parte del rito. Atr?s dejaba la infancia y, al regreso de su aventura, volvería con las alas del Cutzhul, p?jaro de cresta azul, el trofeo que lo convertía en adulto y lo transportaba a su verdadero sitio en la tierra. Se intern? allí donde se perdían las sendas, temeroso, pero con orgullo, ataviado tan solo con las pinturas de guerra que el anciano Scham? le traz? sobre el rostro c**o correpondía a un futuro jefe. Desde un principio advirti? el peligro, aquella espesa sensaci?n a su alrededor. También lo aprendi? en los consejos, el gran guerrero Endaole contó en una ocasión cómo hubo de transformarse en ?rbol para descubrir la faz de sus perseguidores. Por eso, Kumbi tomó raudo sus precauciones, dispuesto a superar las tres pruebas que lo devolverían victorioso a la aldea. La más compleja de ellas, para su sorpresa, fue la primera en realizar con ?xito. Agradeci? a los dioses la circunstancia de disponer el encuentro con aquel cad?ver de caim?n y lo tomó c**o un inmejorable presagio. Confeccion? con la piel del reptil un taparrabos para cubrirse y, avezado por el triunfo, se prepar? para la prueba siguiente.
El ave de cresta azul habita las copas altas de los b?libos, que abundan en los lugares h?medos y pueblan las orillas de los r?os. Encaramado en lo alto, el joven guerrero acechaba el aleteo nervioso de los p?jaros sagrados; su tronco erguido y el entramado de sus ramas lo convertían en el observatorio ideal. Una noche en que la vieja hermana Toancal menguaba pudo vislumbrar desde su refugio el motivo de su escondido temor... La sombra del fiero Jagua rastreaba entre el follaje y el indio supo que no quedaba mucho tiempo, aunque tampoco durmi? aquella noche.
Inici? la vuelta al poblado con su tocado de plumas azules recién estrenado, ansioso por abrazar a la pequeña Laioa, su recompensa por cruzar el umbral de la adolescencia. En la última prueba, el Schami, encarnación viva del dios supremo, concedía el don del guerrero a la vista de los míritos obtenidos y en presencia del resto de la tribu. Pero antes de que toda la comunidad celebrase la fiesta de su madurez el iniciado debía de esperar la llegada del alba nueva para su entrada triunfal en el poblado.
Coincidi? por entonces que la ausencia de la hermana Toancal no iluminaba la noche y que el aliento del Jagua rondaba aún más cerca de sus pasos. Cuando el indio cruz? la oscuridad del poblado burlando el sueño de los centinelas su j?bilo victorioso no le cab?a en sí de gozo. No le fue difícil encontrar la caba?a de la bella Laioa, tantas veces que so?? con su encuentro; se habían criado juntos y ahora, por fin, podrían formar pareja, pues tal seráa el deseo que le conceder?a su nuevo rango a la mañana siguiente.
Ya despuntaban los primeros rayos del Gran Padre Chen?za cuando los guerreros tup?a empuñaron sus armas dispuestos para la caza. Fue entonces, en el lindero con la selva cuando hallaron los restos de sangre y plumas azules diseminados entre señales de lucha. No muy lejos, colgado de una rama rota, pendía el deshilachado taparrabos de piel. Y entonces, lo descubrieron... la silueta moteada del jaguar desapareció de un ?gil salto entre la vegetaci?n. Dicen que la ira del dios del Mundo fue tan inmensa que de una pisada borré la tribu tup?a de la faz de la selva...
-Cr?ame, amigo, ahí abajo viven seres que cambian para seguir siendo. El verdor de ese universo frondoso tiene un precio...
El teniente había escuchado durante el trayecto la historia del viejo nativo, que gesticulaba con vehemencia al tiempo que pilotaba el aeroplano. Manejaba los mandos con la maestr?a de un veterano maquinista ferroviario. Sobrevolaban la isla cuando el teniente se inclin? hacia la ventanilla. En aquella zona, efectivamente, la costa semejaba la huella de un gigantesco pie... Por un momento quedé absorto en la idea de un dios enfadado por la ineptitud de sus fieles. Desde la altura, el corazón verde de la selva brillaba c**o una joya sagrada.
El ala del aparato le sacá del estupor, al virar, y sonri? para sus adentros. La misi?n tocaba a su fin, podría ahora felicitar a los muchachos.

Hubo un tiempo en que la historia esperaba para escribirse al día siguiente. Por entonces, el mundo se bastaba a sí mismo, pero para el joven Kumbi nada resultaba extraño y sí nuevo todo lo que acontec?a desde que el dios Chen?za se ocultaba hasta que volvía a renacer. Todo lo lejos que alcanzaba su memoria siempre había sido así, lo había escuchado en los consejos de la tribu de boca de los guerreros más aguerridos. Ahora era su turno. Desde el confin de los or?genes la selva había marcado la ley de sus antepasados. Para un indio tup?a esto significaba un paso adelante en el crecimiento c**o ser.
Kumbi abandon? el poblado, desnudo, mientras la tribu entera le daba la espalda. Formaba parte del rito. Atr?s dejaba la infancia y, al regreso de su aventura, volvería con las alas del Cutzhul, p?jaro de cresta azul, el trofeo que lo convertía en adulto y lo transportaba a su verdadero sitio en la tierra. Se intern? allí donde se perdían las sendas, temeroso, pero con orgullo, ataviado tan solo con las pinturas de guerra que el anciano Scham? le traz? sobre el rostro c**o correpondía a un futuro jefe. Desde un principio advirti? el peligro, aquella espesa sensaci?n a su alrededor. También lo aprendi? en los consejos, el gran guerrero Endaole contó en una ocasión cómo hubo de transformarse en ?rbol para descubrir la faz de sus perseguidores. Por eso, Kumbi tomó raudo sus precauciones, dispuesto a superar las tres pruebas que lo devolverían victorioso a la aldea. La más compleja de ellas, para su sorpresa, fue la primera en realizar con ?xito. Agradeci? a los dioses la circunstancia de disponer el encuentro con aquel cad?ver de caim?n y lo tomó c**o un inmejorable presagio. Confeccion? con la piel del reptil un taparrabos para cubrirse y, avezado por el triunfo, se prepar? para la prueba siguiente.
El ave de cresta azul habita las copas altas de los b?libos, que abundan en los lugares h?medos y pueblan las orillas de los r?os. Encaramado en lo alto, el joven guerrero acechaba el aleteo nervioso de los p?jaros sagrados; su tronco erguido y el entramado de sus ramas lo convertían en el observatorio ideal. Una noche en que la vieja hermana Toancal menguaba pudo vislumbrar desde su refugio el motivo de su escondido temor... La sombra del fiero Jagua rastreaba entre el follaje y el indio supo que no quedaba mucho tiempo, aunque tampoco durmi? aquella noche.
Inici? la vuelta al poblado con su tocado de plumas azules recién estrenado, ansioso por abrazar a la pequeña Laioa, su recompensa por cruzar el umbral de la adolescencia. En la última prueba, el Schami, encarnación viva del dios supremo, concedía el don del guerrero a la vista de los míritos obtenidos y en presencia del resto de la tribu. Pero antes de que toda la comunidad celebrase la fiesta de su madurez el iniciado debía de esperar la llegada del alba nueva para su entrada triunfal en el poblado.
Coincidi? por entonces que la ausencia de la hermana Toancal no iluminaba la noche y que el aliento del Jagua rondaba aún más cerca de sus pasos. Cuando el indio cruz? la oscuridad del poblado burlando el sueño de los centinelas su j?bilo victorioso no le cab?a en sí de gozo. No le fue difícil encontrar la caba?a de la bella Laioa, tantas veces que so?? con su encuentro; se habían criado juntos y ahora, por fin, podrían formar pareja, pues tal seráa el deseo que le conceder?a su nuevo rango a la mañana siguiente.
Ya despuntaban los primeros rayos del Gran Padre Chen?za cuando los guerreros tup?a empuñaron sus armas dispuestos para la caza. Fue entonces, en el lindero con la selva cuando hallaron los restos de sangre y plumas azules diseminados entre señales de lucha. No muy lejos, colgado de una rama rota, pendía el deshilachado taparrabos de piel. Y entonces, lo descubrieron... la silueta moteada del jaguar desapareció de un ?gil salto entre la vegetaci?n. Dicen que la ira del dios del Mundo fue tan inmensa que de una pisada borré la tribu tup?a de la faz de la selva...
-Cr?ame, amigo, ahí abajo viven seres que cambian para seguir siendo. El verdor de ese universo frondoso tiene un precio...
El teniente había escuchado durante el trayecto la historia del viejo nativo, que gesticulaba con vehemencia al tiempo que pilotaba el aeroplano. Manejaba los mandos con la maestr?a de un veterano maquinista ferroviario. Sobrevolaban la isla cuando el teniente se inclin? hacia la ventanilla. En aquella zona, efectivamente, la costa semejaba la huella de un gigantesco pie... Por un momento quedé absorto en la idea de un dios enfadado por la ineptitud de sus fieles. Desde la altura, el corazón verde de la selva brillaba c**o una joya sagrada.
El ala del aparato le sacá del estupor, al virar, y sonri? para sus adentros. La misi?n tocaba a su fin, podría ahora felicitar a los muchachos.

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Cangrej?n y sus amigos
c**o todos los atardeceres, en Punta Negra con el mar azul, el sol se despedía pintando las nubes de todos los colores y dando una policromía al cielo para obligar a los ojos de un disfrute de asombro, c**o siempre, allí estaban Susana, Altair y Sebi saltando los charcos y pisando las algas verdes y los mejilloncitos negros que viv?an sobre las piedras de la costa, la que se veía bien cuando había bajamar.
-----Sebi, aquí hay un cancrejito atrapado en un charco de agua en la piedra---dijo, Altair.
----Tenemos que salvarlo, contestú Sebi.
----Busquemos dos palitos y lo sacamos, para ponerlo en un pozo, en la arena h?meda, dijo, Altair. Hicieron el pozo y antes de ponerlo enél, ----tenemos que ponerle un nombre---que te parece Cangrej?n, dijo Altair,----s?, s?, s?, contestú Sebi---
lo tomó con los dos palitos, e impostando la voz, Sebi, dijo--- te bautizo, yo c**o rey del mar, con el nombre de Cangrej?n. inmediatamente lo depositaron en el pozo y lo taparon., marcando el lugar para volver mañana y ver si estaba.
----Hicieron un acto muy humano, dijo Susana, la madre de Sebi que los estaba observando.
Al dia siguiente volvieron a Punta Negra los tres, al lugar donde habían depositado a Cangrej?n, pero éste ya no estaba. Entristeciendo a Sebi---se habrá ido a otro lugar, explicó Altair. La cara de Sebi mostraba disconformidad y disgusto.
----ay, ay, ay dijo Sebi, me mordi? un cangrejo!!!
----Es Cangrej?n que te toc? el tobillo, no tenés sangre, seguro que les vino a agradecerles el que le salvaran la vida., dijo Susana, all?, la cara de Sebi cambió totalmente, su risa mostraba la comisura de sus labios, que le llegaban hasta las orejas.
----Cangrej?n, que suerte volver a verte!!!- Cay? la noche y vino la pleamar, subi? el mar y Cangrej?n invitú a Sebi y a Altair a un paseo por el fondo del mar, arriba de la manta raya, que se las presentú, se llama Manty, c**o tiene mal carácter, no la hagan enojar, porque los pincha con la cola y duele mucho.
----P?nganse encima de la manta raya tomóndose del borde, dijo, Cangrej?n. e iniciaron el viaje por las profundidades del mar, viendo un mundo fascinante, ciudades donde viv?an los diferentes habitantes marinos.
---Cangrej?n fuí explicando: aquí a la derecha, en ese hueco viven los pulpos, uno de ellos salió a curiosear y salud? con un tentúculo, asombrando a Altair y a Sebi. A la izquierda es la ciudad de los pejerreyes, de los que nosotros los cangrejos nos cuidamos, viviendo por abajo, donde ellos no llegan.
----Manty, subi un poco, para que mis amigos vean donde viven los tiburones, pero no te acerques, dijo Cangrej?n, dándoles miedo a los chicos que se extremecieron. Ahora estamos pasando por la zona de las medusas---si ven alguna cuando están en la costa, no las toquen porque arden mucho. Ahora estamos pasando por la ciudad de los delfines.
----Estoy cansada con tanto peso, dijo Manty, por qué no regresamos?
--------Arriba Sebi, que son las nueve y es un lindo día, vamos, la voz de Susana trepid? todo el dormitorio varias veces.
-----No,no,no!!! mami, estaba so?ando, dejame dormir, que me gusted lo que so??, con Altair, Cangrej?n y Manty, dejame, mam?. uuuuu!!!!! yo creí que era de verdad, dijo Sebi y puso cara de pocos amigos. Volvamos a Punta Negra, que quiero contarle el sueño a Cangrej?n Y es así que todos volvieron a ese lugar encantador sobre la playa, cerca de los acantilados, para disfrutar de la naturaleza y el gesto enaltecedor de los dos chicos.

c**o todos los atardeceres, en Punta Negra con el mar azul, el sol se despedía pintando las nubes de todos los colores y dando una policromía al cielo para obligar a los ojos de un disfrute de asombro, c**o siempre, allí estaban Susana, Altair y Sebi saltando los charcos y pisando las algas verdes y los mejilloncitos negros que viv?an sobre las piedras de la costa, la que se veía bien cuando había bajamar.
-----Sebi, aquí hay un cancrejito atrapado en un charco de agua en la piedra---dijo, Altair.
----Tenemos que salvarlo, contestú Sebi.
----Busquemos dos palitos y lo sacamos, para ponerlo en un pozo, en la arena h?meda, dijo, Altair. Hicieron el pozo y antes de ponerlo enél, ----tenemos que ponerle un nombre---que te parece Cangrej?n, dijo Altair,----s?, s?, s?, contestú Sebi---
lo tomó con los dos palitos, e impostando la voz, Sebi, dijo--- te bautizo, yo c**o rey del mar, con el nombre de Cangrej?n. inmediatamente lo depositaron en el pozo y lo taparon., marcando el lugar para volver mañana y ver si estaba.
----Hicieron un acto muy humano, dijo Susana, la madre de Sebi que los estaba observando.
Al dia siguiente volvieron a Punta Negra los tres, al lugar donde habían depositado a Cangrej?n, pero éste ya no estaba. Entristeciendo a Sebi---se habrá ido a otro lugar, explicó Altair. La cara de Sebi mostraba disconformidad y disgusto.
----ay, ay, ay dijo Sebi, me mordi? un cangrejo!!!
----Es Cangrej?n que te toc? el tobillo, no tenés sangre, seguro que les vino a agradecerles el que le salvaran la vida., dijo Susana, all?, la cara de Sebi cambió totalmente, su risa mostraba la comisura de sus labios, que le llegaban hasta las orejas.
----Cangrej?n, que suerte volver a verte!!!- Cay? la noche y vino la pleamar, subi? el mar y Cangrej?n invitú a Sebi y a Altair a un paseo por el fondo del mar, arriba de la manta raya, que se las presentú, se llama Manty, c**o tiene mal carácter, no la hagan enojar, porque los pincha con la cola y duele mucho.
----P?nganse encima de la manta raya tomóndose del borde, dijo, Cangrej?n. e iniciaron el viaje por las profundidades del mar, viendo un mundo fascinante, ciudades donde viv?an los diferentes habitantes marinos.
---Cangrej?n fuí explicando: aquí a la derecha, en ese hueco viven los pulpos, uno de ellos salió a curiosear y salud? con un tentúculo, asombrando a Altair y a Sebi. A la izquierda es la ciudad de los pejerreyes, de los que nosotros los cangrejos nos cuidamos, viviendo por abajo, donde ellos no llegan.
----Manty, subi un poco, para que mis amigos vean donde viven los tiburones, pero no te acerques, dijo Cangrej?n, dándoles miedo a los chicos que se extremecieron. Ahora estamos pasando por la zona de las medusas---si ven alguna cuando están en la costa, no las toquen porque arden mucho. Ahora estamos pasando por la ciudad de los delfines.
----Estoy cansada con tanto peso, dijo Manty, por qué no regresamos?
--------Arriba Sebi, que son las nueve y es un lindo día, vamos, la voz de Susana trepid? todo el dormitorio varias veces.
-----No,no,no!!! mami, estaba so?ando, dejame dormir, que me gusted lo que so??, con Altair, Cangrej?n y Manty, dejame, mam?. uuuuu!!!!! yo creí que era de verdad, dijo Sebi y puso cara de pocos amigos. Volvamos a Punta Negra, que quiero contarle el sueño a Cangrej?n Y es así que todos volvieron a ese lugar encantador sobre la playa, cerca de los acantilados, para disfrutar de la naturaleza y el gesto enaltecedor de los dos chicos.

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En el dique
Te he visto pasar. Yo anclado a la terraza de la taberna por una copa y una revista amarilla, que la ceguera incipiente apenas me permite leer. T? navegas entre la corriente con la vela principal al aire, el carm?n rojo de tus labios c**o bandera de una patria lejana, allí en las tierras de tu corazón. Mis uñas sucias. Tu vestido c**o un incendio en mis ojos nublados. Bebo. Las entra?as me comienzan a arder y salgo a toda míquina detr?s de ti, sin moverme un ?pice de mi asiento. Pero la ventaja que me llevas es irreducible. Ya no soy el grumete mocoso de los quince años, pero siento que estoy encaramado al palo mayor, desde el que veré cómo asoma la tierra de un nuevo mundo en este mundo casi tan viejo y artr?tico c**o yo. Me ha bastado un segundo, a lo mejor menos, para saber que tú eres la última mujer en el último puerto. El dorso curtido y reseco de mi mano arrastra la saliva de aguardiente de mi boca desdentada, los mocos que han velado mi indiferencia casi infinita durante años en esta taberna. El borrach?n que atracá en este puerto nadie sabe cuándo, porque todos los de entonces están ya criando malvas. Los dedos en busca del lagrimal acuoso. Un pa?uelo que nadie se atrevería a sacar del bolsillo, porque es un andrajo del color de las ci?nagas.
T? has cruzado por delante de un montón de escombros c**o si estuvieses paseando por la s?ptima avenida de Nueva York. T? estés aquí, en este arrabal que huele a legumbres cocidas, en el que los perros han cagado todas las esquinas, para que los ciegos vayamos llen?ndonos las suelas de esa suerte enmierdada, que consiste en no morirse ya. T? tambiénhas venido desde lejos en busca de un porvenir. Así que le has puesto un precio a tu carne joven mientras sea joven. No eres tú la primera ni la más joven, c**o podrás imaginarte. En otros puertos pagu? los abrazos de niñas, que eran pajaritos asustados con extraordinarias habilidades para darte un placer del que era muy difícil abstraerse. Sólo quien era muy puro no acudía a los burdeles y nunca conoc? a ningún marinero que los evitase. En ellos trab? amistad con panaderos, con jueces, con cl?rigos, con asesinos y jugadores. Y ahora apareces tú, c**o si en esa visi?n fugaz que me has dado, me trajeses unélbum de recuerdos lleno de imágenes turbias. Yo era un hombre atento con las golfillas y ellas, cuando mi barco atracaba en un puerto, le preguntaban por mí a los otros marineros. Seguro que piensas que soy un viejo carcamal. Tienes razón. Lo soy. Pero tambiénsoy quien hace posible que tú salgas de estas callejuelas sucias y húmedas c**o una goleta. Escapar?s de aquí si no te conviertes en yonqui c**o muchas. Nunca te acordarés de mi, puesto que quizás no me has visto, a no ser que yo haga algo para evitarlo.
Decidle que quiero pasar una noche con ella. No es una originalidad. Ya lo sí. A los carcamales nos da por las niñas. Decidle que le ponga precio e indicadle Quién soy. Hacáa años que no me daba un baño y el barbero ha hecho un trabajo concienzudo. Solo quiero estar con ella una noche. No creo que te olvides de mí. Mi dinero vale c**o el de todos. La taberna se ha llenado de rumores.
-¿Qué le he entrado al viejo a estas altur así
-Abuelo, si a ti ya no se te levanta.
-Pareces un pimpollo.
-Dejadlo en paz -tercia la tabernera, intrigada por mi decisi?n.
-El viejo quiere lanzar el último cohete.
Te he seguido no con las piernas, que no me responden, arponeadas por la artritis, sino con los ojos nublados de mi ilusión. La que había estado aletargada todos estos años, sepultada bajo la miseria, el olvido y cierto desconsuelo callado. Voy tras tus pasos cuando sales del arrabal y buscas peces gordos. Te montas en coches flamantes. Entras por una puerta sonriente c**o el sol sobre el oc?ano y sales por otra con el billete bien agarrado entre tu escasa ropa. Trabajas concienzudamente y no rechazas a nadie. No me torturo. De sobra sí lo que es la vida. Nadie se ha acercado tanto a tu corazón c**o yo. Nadie de aquí, quiero decir. Porque allí lejos, en el país de las estepas, quedé muerto de frío un muchachito al que nunca le hiciste mucho caso. Si se imagina lo que haces en el extranjero, él si puede atormentarse. Los cap?tulos de la vida tienen un orden. A mí me toc? en su momento sufrir, pero ya no lo hago, porque si no, de qué todos estos años en el dique, copa en ristre.
Ellos pensaban que el viejo borrach?n era eso, lo que veían, un saco de mierda amontonada en la mesa de una taberna. Ellos ya tenían muy claro el orden del mundo. Ellos tambiénte miraban, cuando tú cruzabas por delante de la terraza, c**o si vinieses del confin del mundo con las bodegas cargadas de tesoros, aunque sólo regresases de la ciudad, del parque en el que te ofrec?as entre otras doscientas muchachas. Y a ellos el deseo tambiénles abr?a una vaa de agua en la bodega. Pero ellos eran mucho más cobardes que yo, y sobre todo, no habían empezado el último cap?tulo. Ellos te buscaban en los callejones y tú les aceptabas, a veces, no siempre, las monedas que no alcanzaban la tarifa que aplicabas fuera del barrio.
-Nada más que verte desnuda.
-?Puedo tocarte?
T? unas veces consentías, otras te cerrabas el vestido y te marchabas. Aquellos ancianos hacían lo mismo que los chicos de tu pueblo. T? ibas llenando un cofre, que nadie sabía dónde ocultabas. El tesoro con el que compraréas tu libertad, si conseguías no ser otra yonqui, c**o las muchas que habían empezado así.
Te encierras en casa de madrugada y duermes hasta pasado el mediodía. Yo ya fumo una pipa al sol. Me has mirado. Ya te habrán hecho la propuesta.
-El viejo te paga lo que tú le pidas.
Ya jamás te olvidarés de mí. Sabes que te observo y tambiénsabes que casi no puedo verte, que estés dentro de mi fant asía. Has vuelto con la compra en la cesta y has hecho un gesto altivo, de desprecio.
-P?dele lo que quieras.
-¿Pero ese viejo tiene algo más que una camisa mugrienta?
He sacado el traje de un ba?l y lo he oreado. Aquí estoy, con una corbata negra, c**o si estuviese listo para ir a un entierro o a una verbena.
-El viejo se ha engalanado para ti -te han dicho.
No hacía algo parecido desde hace más de cuarenta años. Has vuelto a salir para verme. Si he de acostarme junto a ti, aquí tengo un frasco entero con agua de colonia. Te he sonre?do para que me vieras los dientes cepillados.
-Lo tengo que pensar -me dicen que has dicho.
El corazón golpea con fuerza contra mi pecho seco c**o una hoja de bacalao. Cómo serás bajo la luz atenuada, entre las sombras, cómo serán tus movimientos y cómo me hablarés con un susurro. No he hecho ningún tipo de aclaraci?n sobre lo que quiero hacer contigo. Si aceptas es para que estés dispuesta a todo. Pero evidentemente quiero algo menos. Me conformo con verte dormir. Con o?rte respirar. Hoy por lo pronto te acuestas pensando en mí. El viejo pervertido, el sucio marinero, seguro que tiene un cofre lleno de monedas de oro. Un tesoro con el que podría escapar lejos de esta sucia calle. No te equivoques, solo cuento con un par de pagas ahorradas, lo que a lo mejor ganas tú en un par de noches en la calle.
-El viejo dice que te daré cien, que es todo lo que ha conseguido.
-El viejo está obsesionado contigo, niña. Deja que cumpla su capricho y te dejar? en paz.
-Yo no pertenezco a los servicios sociales -has dicho.
No, desde luego. T? decides. Pasas por la tarde por la puerta de la terraza y me miras con descaro. Te detienes, me estudias.
-Es usted un enfermo, a su edad, vergüenza le debería dar.
Apenas un rastro de acento en tus palabras.
Sonr?o y me ves sonre?r. He sonre?do por primera vez después de mucho tiempo, puedes creerme.
Desde que me has hablado estoy más cerca de ti, te conozco mejor y sí que vas a aceptar acostarte conmigo. Porque siempre se me han dado bien las mujeres. No sales jamás de mi cabeza. No dejo de imaginar nuestro encuentro en la penumbra de mi cuarto. Hay media calle movilizada para dejar la casa limpia c**o las patenas. He contratado barrenderas, limpiadoras, planchadoras. Me han puesto unas s?banas de hilo en el colch?n. Estaban en un arc?n lleno de ropa que no había vuelto a abrir desde que ella se march?. Ella se fue y lo dejé todo atrás. A mi, su ropa, a su hija. Tuvo que ser muy fuerte lo que sinti? por él. Han tenido que pasar todos estos años para poder decirlo así de sencillo. Ya llevan bastantes años criando malvas los dos. Ese cap?tulo fue jodido. Luego la niña se me quedé dormidita en los brazos y no volvi? a despertar. No era todavía una mocita, diez años tenía. Y me quedé solo. Con recuerdos. T? no sabes nada de esto ni tienes por qué saberlo. Quién se acuerda. Sólo yo. Pero ya lo he olvidado de nuevo. La casa vuelve a estar ventilada y le entra luz. Has subido la pendiente hasta aquí para verla.
-? D?nde vive el viejo?
-Arriba, por encima del callej?n del Silencio.
-Doscientos -has dicho.
Yo solo tengo cien, las dos pagas juntas en una cartilla de ahorros.
-Doscientos, si quiere que me acueste con él.
Lo he vendido todo. Los armarios estaban llenos de cosas que llevaban años encerradas en ellos.
He metido el fajo de billetes en un sobre que dejar? sobre la mesa. C?gelo tú cuando lo creas más oportuno.
Esperar?.
Oigo tus pasos calle arriba, tu ahogo, y me imagino un falucho entrando en la dírsena del puerto. Hay quien se gana la vida con independencia, sin bandera. Yo estoy sentado. Nunca me has visto de pie. La cancela cede en sus goznes herrumbrosos, cuando la empujas, y ante los golpes convenidos la puerta de la casa te deja el paso libre.
Estás aquí. Por fin estés aquí. Miras el abultado fajo de billetes. Te hago una señal, asientes y lo coges. Listo. Ahora tú y yo. El viejo y la muchacha. No soy el primer viejo ni tú la primera muchacha.
-¿Quieres que me levante las fald así -me has tuteado, qué maravilla.
-Bueno.
He encendido todas las estufas de la casa para que no pases frío.
Se me ha encogido el corazón, niña. Lo tengo ahora mismito c**o una cáscara de nuez en mitad del oc?ano.
Te pregunto si quieres que cenemos ya.
-Perfecto -me dices con un leve acento.
Me levanto apoyado en un bastón y te muestro el camino hacia la mesa dispuesta. Sirvo dos copas de vino.
-Por la belleza -digo.
-Chin-chin -me contestas.
Tienes apetito y comes con ganas, bebes vino y sonr?es mirando inquieta alrededor, puesto que la casa se ha sumido en la oscuridad. Una única l?mpara no ilumina otra cosa que no seamos nosotros dos o las viandas. Después de cenar me acerco renqueante a ti. Estás achispada y te muestras fácil.
-Vamonos a la alcoba -te digo.
-¿Qué quieres que te haga? - me preguntas.
La tentaci?n es grande, por supuesto, aunque viejo no he dejado de ser un hombre. Todos estos años me he aliviado en soledad. Ahora te tengo tan cerca y tan dispuesta que podrías hacerlo tú por mí. No te voy a decir que no lo he pensado. Eso y muchas variantes del placer que conoc? en tiempos. Pero sólo quiero tenerte cerca, o?rte respirar, ver cómo se hincha tu pecho, aspirar el olor que emana tu cuerpo durante la relajaci?n nocturna. Quiero llenar mi corazón de amor. Del amor aquel que perd? hace cuarenta años por una de esas jugadas de la vida en un cap?tulo difícil.
-Quiero que te acuestes a mi lado de cara a la pared.
-Si quieres penetrarme, deja que coja mi bolso -me has dicho.
Me has alagado y me has excitado, pero no tengo intenci?n de tal cosa.
-Sólo quiero que durmamos juntos.
Has echado la mano hacia atrás y te has agarrado a mi erecci?n c**o si llevases el tim?n de una nave.
-?Seguro que con eso te conform así
-No te vayas a creer que es poco -te he dicho.
Luego ha sido todo mucho más fácil. Te has quedado dormida y a mí se me ha ido aflojando.
Respiras c**o una sirena, sueñas aferrada al fajo de billetes. Hueles c**o una novia. Cuando despiertes verás que el viejo marinero ya se ha ido. Todos los amantes son ingratos, por qué no iba a serlo tambiéneste viejo truh?n. Con su artritis descender? calle abajo y, lleno de esperanza en el porvenir, buscaré un rincón en ese cementerio marino al que desde hace años se dirige. Siempre te acordarés de él.

Te he visto pasar. Yo anclado a la terraza de la taberna por una copa y una revista amarilla, que la ceguera incipiente apenas me permite leer. T? navegas entre la corriente con la vela principal al aire, el carm?n rojo de tus labios c**o bandera de una patria lejana, allí en las tierras de tu corazón. Mis uñas sucias. Tu vestido c**o un incendio en mis ojos nublados. Bebo. Las entra?as me comienzan a arder y salgo a toda míquina detr?s de ti, sin moverme un ?pice de mi asiento. Pero la ventaja que me llevas es irreducible. Ya no soy el grumete mocoso de los quince años, pero siento que estoy encaramado al palo mayor, desde el que veré cómo asoma la tierra de un nuevo mundo en este mundo casi tan viejo y artr?tico c**o yo. Me ha bastado un segundo, a lo mejor menos, para saber que tú eres la última mujer en el último puerto. El dorso curtido y reseco de mi mano arrastra la saliva de aguardiente de mi boca desdentada, los mocos que han velado mi indiferencia casi infinita durante años en esta taberna. El borrach?n que atracá en este puerto nadie sabe cuándo, porque todos los de entonces están ya criando malvas. Los dedos en busca del lagrimal acuoso. Un pa?uelo que nadie se atrevería a sacar del bolsillo, porque es un andrajo del color de las ci?nagas.
T? has cruzado por delante de un montón de escombros c**o si estuvieses paseando por la s?ptima avenida de Nueva York. T? estés aquí, en este arrabal que huele a legumbres cocidas, en el que los perros han cagado todas las esquinas, para que los ciegos vayamos llen?ndonos las suelas de esa suerte enmierdada, que consiste en no morirse ya. T? tambiénhas venido desde lejos en busca de un porvenir. Así que le has puesto un precio a tu carne joven mientras sea joven. No eres tú la primera ni la más joven, c**o podrás imaginarte. En otros puertos pagu? los abrazos de niñas, que eran pajaritos asustados con extraordinarias habilidades para darte un placer del que era muy difícil abstraerse. Sólo quien era muy puro no acudía a los burdeles y nunca conoc? a ningún marinero que los evitase. En ellos trab? amistad con panaderos, con jueces, con cl?rigos, con asesinos y jugadores. Y ahora apareces tú, c**o si en esa visi?n fugaz que me has dado, me trajeses unélbum de recuerdos lleno de imágenes turbias. Yo era un hombre atento con las golfillas y ellas, cuando mi barco atracaba en un puerto, le preguntaban por mí a los otros marineros. Seguro que piensas que soy un viejo carcamal. Tienes razón. Lo soy. Pero tambiénsoy quien hace posible que tú salgas de estas callejuelas sucias y húmedas c**o una goleta. Escapar?s de aquí si no te conviertes en yonqui c**o muchas. Nunca te acordarés de mi, puesto que quizás no me has visto, a no ser que yo haga algo para evitarlo.
Decidle que quiero pasar una noche con ella. No es una originalidad. Ya lo sí. A los carcamales nos da por las niñas. Decidle que le ponga precio e indicadle Quién soy. Hacáa años que no me daba un baño y el barbero ha hecho un trabajo concienzudo. Solo quiero estar con ella una noche. No creo que te olvides de mí. Mi dinero vale c**o el de todos. La taberna se ha llenado de rumores.
-¿Qué le he entrado al viejo a estas altur así
-Abuelo, si a ti ya no se te levanta.
-Pareces un pimpollo.
-Dejadlo en paz -tercia la tabernera, intrigada por mi decisi?n.
-El viejo quiere lanzar el último cohete.
Te he seguido no con las piernas, que no me responden, arponeadas por la artritis, sino con los ojos nublados de mi ilusión. La que había estado aletargada todos estos años, sepultada bajo la miseria, el olvido y cierto desconsuelo callado. Voy tras tus pasos cuando sales del arrabal y buscas peces gordos. Te montas en coches flamantes. Entras por una puerta sonriente c**o el sol sobre el oc?ano y sales por otra con el billete bien agarrado entre tu escasa ropa. Trabajas concienzudamente y no rechazas a nadie. No me torturo. De sobra sí lo que es la vida. Nadie se ha acercado tanto a tu corazón c**o yo. Nadie de aquí, quiero decir. Porque allí lejos, en el país de las estepas, quedé muerto de frío un muchachito al que nunca le hiciste mucho caso. Si se imagina lo que haces en el extranjero, él si puede atormentarse. Los cap?tulos de la vida tienen un orden. A mí me toc? en su momento sufrir, pero ya no lo hago, porque si no, de qué todos estos años en el dique, copa en ristre.
Ellos pensaban que el viejo borrach?n era eso, lo que veían, un saco de mierda amontonada en la mesa de una taberna. Ellos ya tenían muy claro el orden del mundo. Ellos tambiénte miraban, cuando tú cruzabas por delante de la terraza, c**o si vinieses del confin del mundo con las bodegas cargadas de tesoros, aunque sólo regresases de la ciudad, del parque en el que te ofrec?as entre otras doscientas muchachas. Y a ellos el deseo tambiénles abr?a una vaa de agua en la bodega. Pero ellos eran mucho más cobardes que yo, y sobre todo, no habían empezado el último cap?tulo. Ellos te buscaban en los callejones y tú les aceptabas, a veces, no siempre, las monedas que no alcanzaban la tarifa que aplicabas fuera del barrio.
-Nada más que verte desnuda.
-?Puedo tocarte?
T? unas veces consentías, otras te cerrabas el vestido y te marchabas. Aquellos ancianos hacían lo mismo que los chicos de tu pueblo. T? ibas llenando un cofre, que nadie sabía dónde ocultabas. El tesoro con el que compraréas tu libertad, si conseguías no ser otra yonqui, c**o las muchas que habían empezado así.
Te encierras en casa de madrugada y duermes hasta pasado el mediodía. Yo ya fumo una pipa al sol. Me has mirado. Ya te habrán hecho la propuesta.
-El viejo te paga lo que tú le pidas.
Ya jamás te olvidarés de mí. Sabes que te observo y tambiénsabes que casi no puedo verte, que estés dentro de mi fant asía. Has vuelto con la compra en la cesta y has hecho un gesto altivo, de desprecio.
-P?dele lo que quieras.
-¿Pero ese viejo tiene algo más que una camisa mugrienta?
He sacado el traje de un ba?l y lo he oreado. Aquí estoy, con una corbata negra, c**o si estuviese listo para ir a un entierro o a una verbena.
-El viejo se ha engalanado para ti -te han dicho.
No hacía algo parecido desde hace más de cuarenta años. Has vuelto a salir para verme. Si he de acostarme junto a ti, aquí tengo un frasco entero con agua de colonia. Te he sonre?do para que me vieras los dientes cepillados.
-Lo tengo que pensar -me dicen que has dicho.
El corazón golpea con fuerza contra mi pecho seco c**o una hoja de bacalao. Cómo serás bajo la luz atenuada, entre las sombras, cómo serán tus movimientos y cómo me hablarés con un susurro. No he hecho ningún tipo de aclaraci?n sobre lo que quiero hacer contigo. Si aceptas es para que estés dispuesta a todo. Pero evidentemente quiero algo menos. Me conformo con verte dormir. Con o?rte respirar. Hoy por lo pronto te acuestas pensando en mí. El viejo pervertido, el sucio marinero, seguro que tiene un cofre lleno de monedas de oro. Un tesoro con el que podría escapar lejos de esta sucia calle. No te equivoques, solo cuento con un par de pagas ahorradas, lo que a lo mejor ganas tú en un par de noches en la calle.
-El viejo dice que te daré cien, que es todo lo que ha conseguido.
-El viejo está obsesionado contigo, niña. Deja que cumpla su capricho y te dejar? en paz.
-Yo no pertenezco a los servicios sociales -has dicho.
No, desde luego. T? decides. Pasas por la tarde por la puerta de la terraza y me miras con descaro. Te detienes, me estudias.
-Es usted un enfermo, a su edad, vergüenza le debería dar.
Apenas un rastro de acento en tus palabras.
Sonr?o y me ves sonre?r. He sonre?do por primera vez después de mucho tiempo, puedes creerme.
Desde que me has hablado estoy más cerca de ti, te conozco mejor y sí que vas a aceptar acostarte conmigo. Porque siempre se me han dado bien las mujeres. No sales jamás de mi cabeza. No dejo de imaginar nuestro encuentro en la penumbra de mi cuarto. Hay media calle movilizada para dejar la casa limpia c**o las patenas. He contratado barrenderas, limpiadoras, planchadoras. Me han puesto unas s?banas de hilo en el colch?n. Estaban en un arc?n lleno de ropa que no había vuelto a abrir desde que ella se march?. Ella se fue y lo dejé todo atrás. A mi, su ropa, a su hija. Tuvo que ser muy fuerte lo que sinti? por él. Han tenido que pasar todos estos años para poder decirlo así de sencillo. Ya llevan bastantes años criando malvas los dos. Ese cap?tulo fue jodido. Luego la niña se me quedé dormidita en los brazos y no volvi? a despertar. No era todavía una mocita, diez años tenía. Y me quedé solo. Con recuerdos. T? no sabes nada de esto ni tienes por qué saberlo. Quién se acuerda. Sólo yo. Pero ya lo he olvidado de nuevo. La casa vuelve a estar ventilada y le entra luz. Has subido la pendiente hasta aquí para verla.
-? D?nde vive el viejo?
-Arriba, por encima del callej?n del Silencio.
-Doscientos -has dicho.
Yo solo tengo cien, las dos pagas juntas en una cartilla de ahorros.
-Doscientos, si quiere que me acueste con él.
Lo he vendido todo. Los armarios estaban llenos de cosas que llevaban años encerradas en ellos.
He metido el fajo de billetes en un sobre que dejar? sobre la mesa. C?gelo tú cuando lo creas más oportuno.
Esperar?.
Oigo tus pasos calle arriba, tu ahogo, y me imagino un falucho entrando en la dírsena del puerto. Hay quien se gana la vida con independencia, sin bandera. Yo estoy sentado. Nunca me has visto de pie. La cancela cede en sus goznes herrumbrosos, cuando la empujas, y ante los golpes convenidos la puerta de la casa te deja el paso libre.
Estás aquí. Por fin estés aquí. Miras el abultado fajo de billetes. Te hago una señal, asientes y lo coges. Listo. Ahora tú y yo. El viejo y la muchacha. No soy el primer viejo ni tú la primera muchacha.
-¿Quieres que me levante las fald así -me has tuteado, qué maravilla.
-Bueno.
He encendido todas las estufas de la casa para que no pases frío.
Se me ha encogido el corazón, niña. Lo tengo ahora mismito c**o una cáscara de nuez en mitad del oc?ano.
Te pregunto si quieres que cenemos ya.
-Perfecto -me dices con un leve acento.
Me levanto apoyado en un bastón y te muestro el camino hacia la mesa dispuesta. Sirvo dos copas de vino.
-Por la belleza -digo.
-Chin-chin -me contestas.
Tienes apetito y comes con ganas, bebes vino y sonr?es mirando inquieta alrededor, puesto que la casa se ha sumido en la oscuridad. Una única l?mpara no ilumina otra cosa que no seamos nosotros dos o las viandas. Después de cenar me acerco renqueante a ti. Estás achispada y te muestras fácil.
-Vamonos a la alcoba -te digo.
-¿Qué quieres que te haga? - me preguntas.
La tentaci?n es grande, por supuesto, aunque viejo no he dejado de ser un hombre. Todos estos años me he aliviado en soledad. Ahora te tengo tan cerca y tan dispuesta que podrías hacerlo tú por mí. No te voy a decir que no lo he pensado. Eso y muchas variantes del placer que conoc? en tiempos. Pero sólo quiero tenerte cerca, o?rte respirar, ver cómo se hincha tu pecho, aspirar el olor que emana tu cuerpo durante la relajaci?n nocturna. Quiero llenar mi corazón de amor. Del amor aquel que perd? hace cuarenta años por una de esas jugadas de la vida en un cap?tulo difícil.
-Quiero que te acuestes a mi lado de cara a la pared.
-Si quieres penetrarme, deja que coja mi bolso -me has dicho.
Me has alagado y me has excitado, pero no tengo intenci?n de tal cosa.
-Sólo quiero que durmamos juntos.
Has echado la mano hacia atrás y te has agarrado a mi erecci?n c**o si llevases el tim?n de una nave.
-?Seguro que con eso te conform así
-No te vayas a creer que es poco -te he dicho.
Luego ha sido todo mucho más fácil. Te has quedado dormida y a mí se me ha ido aflojando.
Respiras c**o una sirena, sueñas aferrada al fajo de billetes. Hueles c**o una novia. Cuando despiertes verás que el viejo marinero ya se ha ido. Todos los amantes son ingratos, por qué no iba a serlo tambiéneste viejo truh?n. Con su artritis descender? calle abajo y, lleno de esperanza en el porvenir, buscaré un rincón en ese cementerio marino al que desde hace años se dirige. Siempre te acordarés de él.

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-...Anoche en el lago.
?¿Es entonces cuando lo encontré...?
?Sí, lo encontré anoche en el lago...
Aguantaba cada embestida de preguntas con una fría parsimonia; su voz pausada no vacilaba.
¿Pero, ?puede saberse...? ?el agente que interrogaba moder? el tono? ?...Qué hacía usted allí a esas horas, oiga?
?Vuelvo a repetirles, señores, que nacá aquí, en Los Llanos, a orillas del lago. Viv?amos junto al aserradero, mi padre trabajé all?. Cuando lo cerraron, tuvimos que marchar a Calton, yo entonces tenía catorce años. Soy profesor de literatura en el Instituto de Calton, y vengo a Los Llanos siempre que tengo ocasión. Me gusta pescar, ?sabe?... en el lago se dan unos barbos excelentes, conozco la zona.
Al otro lado de la cristalera, el inspector R?denas escuchaba, contemplando la escena con una atenta pulcritud de cirujano, mientras el Jefe de Polic?a le relataba los pormenores del hallazgo.
?Días atrás ya nos habían alertado. Alg?n cazador de patos divis? una columna de humo. La patrulla que envié al lugar le encontré tirado en el suelo, desvanecido, junto a uno de esos bultos negros de plástico. Pero enseguida se reanimó en la Central, ese café de míquina hace hablar hasta a los mudos...
Cuando llamaron a la puerta, ambos se volvieron. Era el agente responsable del reconocimiento, que tra?a las últimas novedades...
?Adelante, teniente, ?hay algo nuevo?
?Se?or, hemos hallado restos de su presencia en la caba?a contigua al aserradero, vaveres, algunas conservas, latas de bebida y una fogata donde se preparaba pescado. También un viejo camastro, apolillado, con mantas revueltas; debía de pernoctar ahí, señor.
Sus miradas se volvieron al interior de la sala de interrogatorios. El hombre continuaba respondiendo al grupo de agentes sin dar muestras de duda o inquietud, incluso sin ahorrar todo tipo de detalles en su explicación...
¿No, no tengo veh?culo. El tren me deja en Los Llanos y el lago está cerca, si tomas la desviaci?n. De muchachos, ?bamos a pescar tambiénpor ese atajo. La noche pasada me adentré en el lago, llevaba varias horas con la caña quieta, sin señal alguna de movimiento en las aguas. La suave corriente, imperceptible, mec?a la espera en la barca, con los remos recogidos, cuando observ? que el hilo se tensaba de s?bito. Aquello era muy pesado, debía de haberse trabado en algo, así que tir?, aunque sin ?xito. Sujetú firme la caña y rem? hacia el aserradero, a duras penas, conseguí arrastrarlo. Era un saco de lona negra, medio abierto; lo romp? con cierto reparo para ver el contenido... Pero sólo recuerdo que me desmay?, que ca? sin sentido ahí donde me encontraron ustedes...
Al inspector R?denas se le escap? un improperio tras la cristalera invisible:
??Maldito hijo de...!
El Jefe de Polic?a se dirigi? al encargado del reconocimiento:
?Prosiga, teniente...
?Se?or, se han encontrado dieciocho bultos c**o ese, lago adentro; no descartamos que aún haya más, los equipos de buceo están ahora rastreando la zona.
??...Y? ?conmin? con urgencia R?denas.
?Cada bulto revisado, señor, contiene lo mismo: un cad?ver de una persona, desmembrado, todos mutilados. En su mayor parte descompuestos, algunos sólo huesos, quizás los que lleven sumergidos más tiempo. Todos con una piedra de gran peso en su extremo para quedar anclados al fondo. ?se, el primero hallado, debi? de soltarse... Se trata de una mujer joven, rubia, probablemente sea la que desapareció en Bezin la semana pasada.
Al inspector R?denas no le hizo falta escuchar más, era su turno. Cuando giraba el pomo para acceder a la sala del interrogatorio, el Jefe de Polic?a le dirigi? unas palabras conciliadoras:
¡Con calma, R?denas...
El inspector se coloc? frente al hombre sin otra arma que una especie de rabia contenida.
?¿Por qué nos miente, oiga...?
?¿Cómo dice? Les he contado todo lo que s?, la verdad...
El inspector se arm? de paciencia:
?Hace cuatro años que usted no da clases en Calton, desde aquel asunto con una de sus alumnas. A ella nunca la encontraron, tampoco hubo pruebas y al Juez no le quedé otro remedio que ingresarle en un Sanatorio Mental. M?s de la mitad de ese tiempo lleva usted fugado del Sanatorio, durante el que ha permanecido oculto a orillas del lago. Con total impunidad, usted, se mueve en tren desde Los Llanos a otras poblaciones de la comarca. La muchacha que descuartiz? la noche anterior es la desaparecida que busc?bamos; es seguro que comprobaremos los datos del resto de cad?veres. Tal vez el olor hediondo o un desvanecimiento de hambre o debilidad le impidió ayer completar el final de su macabra operaci?n.
La mirada fija del hombre se torn? neblinosa y, cerr?ndose sobre s?, dejé que el peso de la barbilla se hundiera en el pecho.
?Ahora usted no va a regresar al Sanatorio. Por fin, el Juez le enviar? a la prisi?n para siempre. ?prosigui? el inspector sin tomar respiro.
??Ll?venselo, agentes! Aparten esta carro?a de mi vista.
Al salir de la sala, el Jefe de Polic?a le apretú el brazo con complicidad:
?Bien, R?denas... ?Un café?
¿Se me quitú el apetito. Mañana será otro día...
?Hasta mañana, R?denas.
Arranc? el auto y se dirigi? a Los Llanos, sólo deseaba llegar a casa para descansar, tampoco cenar?a esa noche, sólo dormir, olvidar tanto desatino. Ni siquiera se fij? en el amanecer, en el abanico de rosas y naranjas que te??a el cielo y que se reflejaba en las aguas calladas del lago.

?¿Es entonces cuando lo encontré...?
?Sí, lo encontré anoche en el lago...
Aguantaba cada embestida de preguntas con una fría parsimonia; su voz pausada no vacilaba.
¿Pero, ?puede saberse...? ?el agente que interrogaba moder? el tono? ?...Qué hacía usted allí a esas horas, oiga?
?Vuelvo a repetirles, señores, que nacá aquí, en Los Llanos, a orillas del lago. Viv?amos junto al aserradero, mi padre trabajé all?. Cuando lo cerraron, tuvimos que marchar a Calton, yo entonces tenía catorce años. Soy profesor de literatura en el Instituto de Calton, y vengo a Los Llanos siempre que tengo ocasión. Me gusta pescar, ?sabe?... en el lago se dan unos barbos excelentes, conozco la zona.
Al otro lado de la cristalera, el inspector R?denas escuchaba, contemplando la escena con una atenta pulcritud de cirujano, mientras el Jefe de Polic?a le relataba los pormenores del hallazgo.
?Días atrás ya nos habían alertado. Alg?n cazador de patos divis? una columna de humo. La patrulla que envié al lugar le encontré tirado en el suelo, desvanecido, junto a uno de esos bultos negros de plástico. Pero enseguida se reanimó en la Central, ese café de míquina hace hablar hasta a los mudos...
Cuando llamaron a la puerta, ambos se volvieron. Era el agente responsable del reconocimiento, que tra?a las últimas novedades...
?Adelante, teniente, ?hay algo nuevo?
?Se?or, hemos hallado restos de su presencia en la caba?a contigua al aserradero, vaveres, algunas conservas, latas de bebida y una fogata donde se preparaba pescado. También un viejo camastro, apolillado, con mantas revueltas; debía de pernoctar ahí, señor.
Sus miradas se volvieron al interior de la sala de interrogatorios. El hombre continuaba respondiendo al grupo de agentes sin dar muestras de duda o inquietud, incluso sin ahorrar todo tipo de detalles en su explicación...
¿No, no tengo veh?culo. El tren me deja en Los Llanos y el lago está cerca, si tomas la desviaci?n. De muchachos, ?bamos a pescar tambiénpor ese atajo. La noche pasada me adentré en el lago, llevaba varias horas con la caña quieta, sin señal alguna de movimiento en las aguas. La suave corriente, imperceptible, mec?a la espera en la barca, con los remos recogidos, cuando observ? que el hilo se tensaba de s?bito. Aquello era muy pesado, debía de haberse trabado en algo, así que tir?, aunque sin ?xito. Sujetú firme la caña y rem? hacia el aserradero, a duras penas, conseguí arrastrarlo. Era un saco de lona negra, medio abierto; lo romp? con cierto reparo para ver el contenido... Pero sólo recuerdo que me desmay?, que ca? sin sentido ahí donde me encontraron ustedes...
Al inspector R?denas se le escap? un improperio tras la cristalera invisible:
??Maldito hijo de...!
El Jefe de Polic?a se dirigi? al encargado del reconocimiento:
?Prosiga, teniente...
?Se?or, se han encontrado dieciocho bultos c**o ese, lago adentro; no descartamos que aún haya más, los equipos de buceo están ahora rastreando la zona.
??...Y? ?conmin? con urgencia R?denas.
?Cada bulto revisado, señor, contiene lo mismo: un cad?ver de una persona, desmembrado, todos mutilados. En su mayor parte descompuestos, algunos sólo huesos, quizás los que lleven sumergidos más tiempo. Todos con una piedra de gran peso en su extremo para quedar anclados al fondo. ?se, el primero hallado, debi? de soltarse... Se trata de una mujer joven, rubia, probablemente sea la que desapareció en Bezin la semana pasada.
Al inspector R?denas no le hizo falta escuchar más, era su turno. Cuando giraba el pomo para acceder a la sala del interrogatorio, el Jefe de Polic?a le dirigi? unas palabras conciliadoras:
¡Con calma, R?denas...
El inspector se coloc? frente al hombre sin otra arma que una especie de rabia contenida.
?¿Por qué nos miente, oiga...?
?¿Cómo dice? Les he contado todo lo que s?, la verdad...
El inspector se arm? de paciencia:
?Hace cuatro años que usted no da clases en Calton, desde aquel asunto con una de sus alumnas. A ella nunca la encontraron, tampoco hubo pruebas y al Juez no le quedé otro remedio que ingresarle en un Sanatorio Mental. M?s de la mitad de ese tiempo lleva usted fugado del Sanatorio, durante el que ha permanecido oculto a orillas del lago. Con total impunidad, usted, se mueve en tren desde Los Llanos a otras poblaciones de la comarca. La muchacha que descuartiz? la noche anterior es la desaparecida que busc?bamos; es seguro que comprobaremos los datos del resto de cad?veres. Tal vez el olor hediondo o un desvanecimiento de hambre o debilidad le impidió ayer completar el final de su macabra operaci?n.
La mirada fija del hombre se torn? neblinosa y, cerr?ndose sobre s?, dejé que el peso de la barbilla se hundiera en el pecho.
?Ahora usted no va a regresar al Sanatorio. Por fin, el Juez le enviar? a la prisi?n para siempre. ?prosigui? el inspector sin tomar respiro.
??Ll?venselo, agentes! Aparten esta carro?a de mi vista.
Al salir de la sala, el Jefe de Polic?a le apretú el brazo con complicidad:
?Bien, R?denas... ?Un café?
¿Se me quitú el apetito. Mañana será otro día...
?Hasta mañana, R?denas.
Arranc? el auto y se dirigi? a Los Llanos, sólo deseaba llegar a casa para descansar, tampoco cenar?a esa noche, sólo dormir, olvidar tanto desatino. Ni siquiera se fij? en el amanecer, en el abanico de rosas y naranjas que te??a el cielo y que se reflejaba en las aguas calladas del lago.

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