Fobias 2 -agorabofia

[mayte1603 0]

Aún recuerdo el día que exploté.
Vivía dentro de los márgenes de aquellos actos que me reconfortaban, alejándome de cualquier amenaza, en una constante agitación, sobrecogido por cualquier ruido que sucediera a mi alrededor.
-¿Hay alguien? –una voz espera respuesta por cuarta vez tras exhalar con desesperación.
Tras varias maniobras sobre el cerrojo la puerta comienza a abrirse tímidamente dejando únicamente una escasa rendija. La oscuridad que sale del interior impide poder ver el cuerpo de quien acaba de asomarse.
-Señor –empezó relatando siendo la tercera ocasión que se dirigía a la misma vivienda –señor, ha faltado a la comparecencia. Acompáñeme –invitando con la mano estirada a que saliera se da cuenta que quien desde el otro lado escucha no tiene la menor intención de obedecer.
-No…, no –contesta al fin titubeando casi inaudiblemente –no puedo…
-Señor, debe acompañarme. Tiene que comparecer –el funcionario al borde de perder la poca paciencia, empuja la puerta para verle bien la cara.
El hombre, asustado por semejante atrevimiento, intenta cerrar la puerta, jadeando, haciendo fuerza hacia el exterior, pero el funcionario que ha colocado el pie en medio se lo impide.
-¡No! –grita el hombre, quien se siente atacado –por favor no haga eso –se lamenta y comenta entre dientes –¡déjeme! –el hombre al borde del llanto sigue intentando cerrar la puerta, pero viendo que es inútil huye hacia el interior, para esconderse bajo la cama.
El funcionario rápidamente acude al interior seguido de su compañero, para que entre ambos consigan sacarle. Cogiéndole por los tobillos, que a punto estaban de meterse por debajo del somier de muelles, tiran de él con fuerza, haciéndole resbalar hasta salir fuera. El interior de la vivienda está totalmente a oscuras y desorientados tuvieron que guiarse con las manos para regresar afuera. El hombre solloza y patalea, acongojado. Convulsionado entre infantiles gemidos de pavor.
-¡No, por favor no! –chilla tanto como puede.
La estridente voz aguda retumba contra las paredes, obligando a los vecinos a interesarse por lo que está ocurriendo. Una fila de cabezas despuntan sobre los marcos de las puertas, curioseando el altercado. La mayoría ven por primera vez la cara de su vecino, que desencajada, pide auxilio a todas aquellas inmóviles miradas. Agarrándose hasta romperse las uñas al pomo de su puerta, queriendo entrar de nuevo al único lugar de protección.
-¿Qué ocurre? –pregunta entre cuchicheos una mujer ajustándose la bata por el cuerpo mientras ata el cinturón en un fuerte nudo.
-Parece que la policía se lo lleva detenido –contesta en el mismo susurro con tono acusador y mirada recriminatoria, entonando excesivamente las vocales.
Ambos funcionarios arrastran el cuerpo del hombre que, en agitaciones, pierde el control y llora con desgarrada solidez. Impotente de haber perdido el control. La piel pálida de las mejillas comienza a enrojecerse del temor y los ojos empapados en lágrimas apretados con fuerza esconden la vergüenza y el pavor. Una tiritona recorre el cuerpo encorvado, con la cabeza escondida bajo el brazo y los pies paralizados.
Los funcionarios miran en otra dirección, con la mirada torcida, mordiéndose el labio para evitar dejar escapar un suspiro de flaqueza.

Encerrado en estas roídas cuatro paredes siento el peligro traspasar a través de ellas, rozándome y robándome el sueño. Tumbado bajo la cama de muelles oxidados espero a que pasen los minutos y llegue la oscuridad de la noche, haciendo desaparecer este constante hilo de luz que entra a través de los barrotes de la pequeña y estrecha ventana. Pero las noches traen nuevos ruidos que me cortan la respiración y me impiden bajar la guardia. Permanezco en esta inagotable vigilancia, mirando a todos lados ante cualquier peligro que me aceche. -¡Comida! –gritan desde el exterior.
No, dejarme en paz, no quiero salir, no puedo salir.
¡No puedo más!


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